A no ser que el teatro pueda ennoblecerle a uno, convertirle en una persona mejor, hay que huir de él.
Ha llegado el momento de hablar de un nuevo elemento, comenzó diciendo hoy Tortsov, que contribuye a la aparición de un estado dramático creador y que está producido por el ambiente que rodea a un actor en escena y por el ambiente de la sala. Lo llamamos ética, disciplina y también sentido del esfuerzo colectivo en nuestro trabajo teatral.
Todas estas cosas en su conjunto crean una animación artística, una actividad de disposición al trabajo común. Es un estado que favorece la creatividad, no se describirlo de otra manera.
No se trata del estado creador en si mismo, peor es uno de los factores principales que contribuyen a él. Prepara y facilita el estado.
Lo llamaré ética teatral, porque desempeña de antemano un papel importante en la preparación de nuestro trabajo. Tanto este factor como el resultado en nosotros y para nosotros son significativos debido a las peculiaridades de nuestra profesión.
Un escritor, un compositor, un pintor, un escultor, no están sujetos a la presión del tiempo. Pueden trabajar donde y cuando lo crean conveniente. Disponen de su tiempo con libertad.
No es este el caso de un actor. Tiene que estar listo a producir a una hora fija, tal como se ha anunciado.
¿Cómo puede obligarse a estar inspirado a una hora determinada? No es nada sencillo.
Necesita orden, disciplina, un código ético no solo para las circunstancias generales de su trabajo, sino también, y especialmente, para sus fines artísticos y creadores.
La primera condición para que se produzca este estado preliminar es seguir este principio preliminar: ama al arte en ti mismo y no a ti mismo en el arte.
La carrera de un actor, continuo Tortsov, es una carrera magnífica para los que se dedican plenamente a ella, la comprenden y la ven bajo su verdadero aspecto.
¿Que sucede si un actor no hace eso?, preguntó uno de los alumnos.
Sería una desgracia, porque eso le mutilaría como ser humano. A no ser que el teatro pueda ennoblecerle a uno, convertirle en una persona mejor, hay que huir de él. Contestó Tortsov.
¿Porqué? Preguntamos todos a coro.
Porque hay una gran cantidad de bacilos en el teatro, unos buenos y otros terriblemente dañinos. Los bacilos buenos fomentarán en uno mismo el crecimiento de un amor apasionado por lo bueno, lo noble, por los grandes pensamientos y sentimientos. Le ayudarán comulgar con los grandes genios como Shakespeare, Pushkin, Gogol, Molière. Sus creaciones y tradiciones viven en nosotros. Por otra parte, en el teatro se encontrarán ustedes también con escritores modernos y con representantes de todas las ramas del arte, la ciencia, las ciencias sociales y el pensamiento poético.
Esta compañía les enseñará a comprender el significado esencial que está en el centro mismo del arte. Eso es lo más importante del arte, y en ello reside su principal fascinación.
¿En que exactamente?, pregunté yo.
En llegar a conocerlo, en trabajar sobre él, en estudiarlo, con sus bases, métodos y técnicas de creación, explicó Tortsov.
E igualmente en los dolores y alegrías de la creación, que todos experimentamos como grupo.
¡Y en la satisfacción cuando se logra algo positivo, que renueva el espíritu y parece darle alas!
Incluso en las dudas y en los fracasos, porque también ellos nos estimulan a seguir luchando, a encontrar nuevas fuerzas para continuar trabajando y hacer nuevos descubrimientos.
Existe también una satisfacción estética que nunca llega a ser completa del todo y que provoca y excita nuevas energías.
¡Cuanta vitalidad hay en todo eso!
¿Qué sucede con el éxito?, pregunté yo con cierta timidez.
El éxito es transitorio y efímero, contestó Tortsov.
La verdadera pasión reside en la búsqueda angustiosa del conocimientos de todos los matices y sutilezas de los secretos de la creación.
Pero no hay que olvidar entre tanto los bacilos malos, peligrosos y corruptores del teatro. No es sorprendente que proliferen en este medio; hay demasiadas tentaciones en este mundo nuestro del teatro.
Un actor está expuesto cada día a la vista de un público de miles de espectadores desde una hora determinada a otra hora determinada. Está rodeado del magnífico aparato de la puesta en escena, destacado frente al eficaz fondo de unos decorados, vestido a menudo con atuendos ricos y hermosos. Habla con el elevado lenguaje de los genios, hace gestos pintorescos, movimientos graciosos, crea impresiones de una asombrosa belleza, producidas en su mayor parte por medios artificiales. Siempre a la vista del público, exponiendo él o ella sus mejores características, recibiendo ovaciones, aceptando alabanzas desmesuradas, leyendo críticas entusiastas; estas cosas y otras muchas de la misma naturaleza constituyen tentaciones descomunales.
Todo ello alimenta en el actor una necesidad constante e ininterrumpida de sentir halagada su vanidad personal. Pero si vive solo de este estímulo y otros similares, es probable que se vaya hundiendo y caiga en la trivialidad. Una persona de convicciones serias no puede contentarse durante mucho tiempo con una vida semejante, pero una persona superficial se verá arrastrada, agitada y destruida por ella. Por eso es lo que en nuestro mundo del teatro debemos aprender a mantener el control. Tenemos que vivir sujetos a una disciplina rígida.
Si mantenemos a nuestro teatro libre de todo tipo de males, conseguiremos al mismo tiempo crear condiciones favorables para nuestro propio trabajo dentro de él. Recuerden este concejo práctico: no entren nunca con barro en los pies. Dejen el polvo y el barro fuera. Dejen en el guardarropa, junto con su abrigo, sus pequeñas preocupaciones, conflictos y dificultades mezquinas, todas esas cosas que arruinan su vida y distraen su atención del arte. `
Perdóneme por decir esto, interrumpió Grisha, pero no existe ningún teatro así en el mundo.
Desgraciadamente tiene usted razón, admitió Tortsov. La gente es tan estúpida y tan blanda que sigue prefiriendo introducir querellas banales, intrigas y rencores mediocres en un lugar que se supone reservado para el arte creador.
No parecen ser capaces de aclararse la garganta antes de cruzar el umbral del teatro; entran y escupen allí en el suelo limpio. ¡Es incomprensible porque lo hacen! Razón de más para que seamos nosotros quienes descubramos el exacto y elevado significado del teatro y de su arte. A partir de los primeros pasos que den ustedes en su servicio, entren al teatro con los pies limpios.
Nuestros ilustres predecesores han resumido esta actitud de la siguiente manera:
Un verdadero sacerdote es consciente de la presencia del altar en todo momento, mientras está oficiando. Exactamente de la misma forma debiera reaccionar un artista con respecto al escenario durante todo el tiempo que esté en el teatro. ¡Un actor que sea incapaz de este sentimiento nunca será un verdadero artista!
Stanislavski. LA CONSTRUCCIÓN DEL PERSONAJE. ED. ALIANZA EDITORIAL, S.A. 1988.
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