“Si no es benéfico para mí, no lo será para alguien más”
El egoísmo es inherente en la naturaleza humana e incluso animal; las conductas tendientes a marcar zonas territoriales, los grandes duelos a muerte por demostrar quién es el macho dominante, son ejemplos de cómo podemos encontrar comportamientos muy similares al egoísmo civilizado de las tribus humanas.
Cuando leemos el término civilización; inmediatamente hemos de pensar en un grupo humano, organizado, adaptado a un entorno donde desarrolla sus actividades socio-económicas necesarias para subsistir. Y hablar de organización es idear entonces que éste grupo humano se esfuerza por buscar el bien común de su sociedad.
¿Pero qué es entonces el bien común? Platón decía que “el fin de la ciudad es el vivir bien” y que “hay que suponer, en consecuencia, que la comunidad política tiene por objeto las buenas acciones y no solo la vida en común”. De éste modo el bien común es superior por su esencia de índole moral: antes que versar sobre bienes públicos (calles, plazas, etc.) está construido por la virtud, es decir, por todo aquello que desarrolla de manera positiva y estable al ser humano.
El bien común vendrá a significar de manera poética, el propiciar un entorno social que permita al individuo que habita en él alcanzar un pleno desarrollo físico-psicológico-económico-social. Lamentablemente las «civilizaciones modernas» hemos dejado de lado la idea de un bien común; convirtiéndolo en otra más de los ideales utópicos del ser.
Vemos tristemente que ésta idea de comunidad, que hace referencia al bien común; se encuentra corrompida y lastimada por el egoísmo e individualismo al que nos hemos sumergido. “Si no es benéfico para mí, no lo será para alguien más”, pensamos.
Entonces nos damos a la tarea de convertir la más benevolente de las ideas en un simple artilugio que utilizamos cada que la ocasión mejor lo demande; casi siempre, para fines personales.
De ésta manera la ciudad se vuelve fría y los sentimientos se enfrascan en cuatro paredes; solicitamos el crecimiento urbano de la ciudad en mejoras tangibles, muy necesarias para asegurar el desarrollo. Sin embargo lentamente dejamos de paso el sostén que no percibimos: el crecimiento social y emocional.
La cultura, la educación y la recreación permite al individuo desarrollarse plenamente, establecer lazos sociales y reforzar sus valores morales; teniendo además los espacios e infraestructura necesaria para realizar dichas actividades.
El mejoramiento y habilitación de éstos espacios es prioridad de muchos actuares políticos; sin embargo en diversas ocasiones el egoísmo e individualismo impide alcanzar éste beneficio; debido a la suposición de que un lugar de éstos viene acompañado de una pérdida de la “calma y tranquilidad del entorno social”.
Una historia similar que rememora la del gran Wilde; “el gigante egoísta”. Cuya narración nos habla de un hombre que prohibía la entrada de los niños a su jardín, echando un muro para que nadie pudiese ingresar. Dicho jardín se convirtió entonces en un lugar desolado y frío, cubierto de un invierno que no le abandonaba al pasar de los meses.
No fue hasta que aquel hombre se dio cuenta que eran los niños que acudían a su jardín quienes traían la primavera; quienes le daban vida y alegría al mismo que decidió derribar la muralla y dejar que los pequeños ingresaran; trayendo nuevamente la primavera al rincón inhóspito.
Así es la ciudad, son sus habitantes quienes le dan vida; los niños y jóvenes que inundan las calles y los parques, las ancianas, hombres y mujeres que retoman los espacios que les pertenecen. Ése es el bien común, el pensar que frente a nuestro hogar veremos retoñar diariamente una flor, cuando le brindamos la oportunidad a un menor de tener una distracción sana. No hemos de dudar que vemos forjarse una personalidad, un hombre o mujer que sin hacer conciencia agradecerá el espacio donde pasará tal vez su adolescencia en compañía; que le traerá recuerdos el día de mañana y marcará su vida de alguna manera.
Una simple y sencilla posibilidad de cambiar el destino de alguien con una acción no egoísta, veremos entonces retoñar una civilización más avanzada, unificada y empática; necesaria en tiempos donde la tecnología ha sobrepasado los límites y puesto un invisible muro entre cada uno de nosotros.
Foto: Mariana Gazcón
Deja un comentario