por: Doralicia Carmona
Nace en Tuxpan, Veracruz, el 3 de abril de 1921. En 1939 ingresa a la UNAM, en donde se inicia en la ciencia política con los maestros Mario de la Cueva y Manuel Pedroso, y obtiene la licenciatura en derecho en 1944 con la tesis “Tendencias Actuales del Estado”. Realiza estudios de postgrado en las universidades de Buenos Aires y de La Plata, así como en el Colegio de Estudios Superiores de la capital argentina. Ahí es alumno de Silvio Frondizi.
En 1939 inicia sus actividades partidistas como auxiliar en la secretaría particular del presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Nacional Revolucionario PNR, en el cual ocupa diversos cargos a lo largo de su transformación en PRM primero, y en PRI después, hasta que lo preside de 1972 a 1975.
Comienza su carrera en el gobierno como asesor en la Secretaría de Trabajo en 1944 y desempeña diversos puestos. En 1958 es subdirector general técnico del IMSS. Es diputado federal por la XLV legislatura de 1961 a 1964. De 1964 a 1970 es director de PEMEX y posteriormente, del Coordinado Industrial de Ciudad Sahagún. En 1975 es director general del IMSS.
El 1º de diciembre de 1976 el presidente José López Portillo, lo nombra secretario de Gobernación. Desde este puesto participa destacadamente en la reforma política que emprende el gobierno: “Una reforma política que amplíe nuestra democracia y fortalezca la unidad democrática, sobre la base de la pluralidad de convicciones e intereses existentes en el país…Creemos firmemente que no es posible un desarrollo integral cuando, por timidez, por atarse a prácticas reiteradas u otras razones, el aspecto político se rezaga en relación con el desarrollo económico, social o cultural. Es más, la experiencia histórica demuestra que en el desarrollo integral de un país no existe una regla fija, de por dónde empezar, de qué es lo primero…Sin el fortalecimiento revolucionario de nuestro sistema de democracia política, la transformación de las estructuras sociales se contempla como una posibilidad remota, pues de la consolidación de las bases de apoyo popular depende la capacidad del Estado para que su acción prevalezca sobre los poderosos intereses, internos y externos, que se oponen a la instauración de una verdadera democracia igualitaria…”
La reforma política culmina con la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procedimientos Electorales (LOPPE) promulgada en 1977: La LOPPE define a los partidos políticos como entidades de interés. Establece el registro de nuevos partidos condicionado al resultado de las elecciones. Da acceso a todos los partidos a los medios de comunicación y amplía el número de representantes de la Cámara de Diputados de 300 a 400, de los cuales, 300 son elegidos por mayoría relativa y cien por el principio de representación proporcional. Como resultado de esta ley, en 1979 serán registrados los partidos: Comunista Mexicano, Socialista de los Trabajadores, Demócrata Mexicana; y en 1981, los partidos: Social Demócrata y Revolucionario de los Trabajadores. Así lleva a la práctica sus ideas de que posición y oposición no son términos irreductibles e irreconciliables sino complementarios: “Sólo ignorando el estado actual de la ciencia puede proclamarse el duro y absoluto imperio de la mayoría sin el equilibrio de la representación de las minorías… porque nada importa que ninguno quede excluido del derecho de votar, si muchos quedan sin la representación, que es el objeto del sufragio”.
Hoy se reconoce a la LOPPE como el inicio formal de la liberalización del sistema político mexicano y a Reyes Heroles como uno de los autores del cambio democrático en el siglo XX mexicano.
Se dice que Reyes Heroles solía autocalificarse como un “intelectual político o un político con ideas”. Asimismo, se le considera el ideólogo de la post-revolución, muchas de sus frases, como “Una sociedad sólo conserva en la medida en que puede cambiar, pero, a la vez, una sociedad sólo cambia en la medida que puede conservar”; “En política la forma es fondo”; “No queremos luchar con el viento, con el aire; lo que resiste apoya”; “En política hay que aprender a lavarse las manos con agua sucia”; “Para que no medre la política de la fuerza, hagamos que impere la fuerza de la política”, todavía son frecuentemente citadas por políticos y periodistas.
Para Enrique González Pedrero (Jesús Reyes Heroles, Político Humanista) es “un liberal a su manera, cree en la intervención del Estado y en la dinámica del Estado…El Estado Mexicano está por encima de intereses, de partidarismos, de sexenios, de tintes políticos: por encima de todo. El estado en el que piensa Reyes Heroles es el que busca la cooperación, la solidaridad social… Observó a la política como una acción conciliatoria de opuestos y jamás dejó de insistir sobre los peligros de alebrestar intereses, de alentar cambios por el mero afán de innovación, o de conservar por el temor a cambiar. Prudencia fue la virtud que más le preocupó y la verdad que más repitió… (Creía) en la necesidad de contar con una oposición política racional que no jugara al todo o nada, sino que participara en la contienda con base en el Acuerdo en lo fundamental: la existencia de la nación y del Estado mexicano.”
El maestro González Pedrero señala que para Reyes Heroles, al principio de nuestra historia existieron dos liberalismo: el ilustrado que quería el gobierno para el pueblo, pero no del pueblo; y el democrático que es igualitario y quería el poder del pueblo; triunfó un liberalismo social y a la mexicana. Para Reyes Heroles, nuestros liberales “se apartaron del libre cambio y de la abstención del Estado en la vida económica, sosteniendo la necesidad de que éste coordinara e interviniese fomentando actividades productivas y protegiendo a los que por su debilidad podían ser oprimidos. Así empezaron a construir un liberalismo celoso en lo que se refiere a las libertades espirituales y políticas del hombre; social, en cuanto se sabe que sólo protegiendo al débil éste puede alcanzar la verdadera libertad, y que sostiene las responsabilidades del Estado en la vida económica de la sociedad.”
Además, Reyes Heroles, para González Pedrero, cumple la tarea de ser “la conciencia viva de los principios de la Revolución Mexicana”, ya que insiste en el Estado laico fundado en la separación iglesia-estado, en el sufragio efectivo y la no reelección, en la prudencia y la mesura de políticos y gobernantes. “Le molestaban las revoluciones de palabra, los incendios retóricos, los alebrestamientos de intereses que no se podía o no se deseaba afectar de hecho.”
Pero Reyes Heroles tiene también una mirada más amplia y puesta en el futuro. Con motivo del golpe que derroca a Salvador Allende, identifica los propósitos económicos que mueven a las grandes corporaciones para apoderarse de los países en desarrollo, así como sus devastadoras consecuencias sociales y políticas. Al irse materializando estos propósitos se irá descubriendo la cara del neoliberalismo, que Reyes Heroles, décadas atrás logra avizorar, aunque lo nombra “fascismo colonial” y que “encuentra su apoyo en el hecho de que los grandes monopolios internacionales exploten despiadadamente los recursos naturales de su país; quiere evitar las tensiones y conflictos imponiéndose con mano férrea a las contradicciones económicas; busca la alianza entre los monopolios internos y los externos, o mejor dicho, la subordinación de los primeros a los segundos, y facilita, acabando con la libertad sindical, con los derechos de los trabajadores, la mayor explotación de la mano de obra por los monopolios internos y externos.
En lugar de reivindicar los recursos naturales, los entrega al exterior, pretendiendo de esta manera resolver irresolubles contradicciones domésticas. Vender barato materias primas y alquilar a bajo precio mano de obra para que unos cuantos en el interior acaparen los beneficios de lo que la naturaleza ha dado y de lo que el hombre genera con su trabajo. Concentrar la tierra en antieconómicos latifundios y explotar al peón. Acaparar las grandes utilidades en unos cuantos nacionales subalternos de unos cuantos que dirigen las grandes empresas transnacionales. Reducir los salarios reales y, así, no sólo imponer la injusticia, sino cerrar cualquier posibilidad de contar con un mercado que sustente una industria autónoma. Contrarrestar la ineficacia económica con la inicua e irracional explotación de los recursos naturales y la más inicua y más irracional explotación de los recursos humanos. Centralizar el poder y arrogarse la minoría la facultad de pensar por todos.
Adentro se forma una pirámide, en cuya cúspide unos cuantos dominan, detentando el capital financiero. El Estado se queda con los malos negocios, necesarios para que los escasos poderosos obtengan utilidades; se construye la infraestructura que permita las grandes utilidades. Lo que se recoge de los más se les transfiere a los menos; las pérdidas de éstos se hacen públicas y se hacen privadas las utilidades nacionales. La ineficiencia de unos cuantos es compensada por el trabajo sin límite, más allá de la fatiga, de los más. Se instaura un paraíso para las empresas transnacionales, superpotencias económicas sin nacionalidad, que se sirven de los gobiernos, estados y patrias. En este ajedrez internacional, el fascismo colonial aspira a forjar numerosos peones.
Se aplica la eutanasia helada y sin entrañas a la empresa nacionalista, a la que creando capital propio, crea capital nacional, a la que sabiendo que su base es el mercado interno, quiere que la mayoría disponga de adecuado poder de compra. Se fomentan, en cambio, industrias, si así pueden llamarse, que con artífices y esclavos produzcan lo suntuario, lo lujoso, lo que satisface el consumo conspicuo de los nuevos mandarines asentados en el propio solar o fuera de él. Y así se forma una industria meteca, extranjera en su propia patria, que ni siquiera ha podido, por voluntad, escoger su metrópoli: la geografía se la ha designado.
Las clases medias, cuya exasperación en un mundo de inflación, desempleo o incertidumbre, se capitaliza inicialmente, acaban proletarizadas, o lo que es más lamentable, semiproletarizadas, o sea, con ingresos proletarios y un inelástico género de vida que en la añoranza pretende sustituir pobreza y dependencia.
El pequeño comerciante es descartado por el gran negocio; el profesionista libre es convertido en dependiente directo; el investigador que quiere la verdad es transformado en esclavo que busca lo que tiene precio, aunque carezca de valor; al empleado se le quita su ámbito de libertad: acatar órdenes absurdas, ilógicas e indignantes es su función. Todo aquello que da raíz y sentido a las clases medias desaparece, convirtiéndolas en ciegos instrumentos políticos, enajenados a un sistema en cuya entraña está concentrar la prosperidad y difundir la miseria.
Una élite militar -autocalificada así- se entiende en la cumbre con una élite económica, también autocalificada, que gustosamente se somete a los nuevos señores feudales de las finanzas internacionales. Este es el esquema económico del fascismo colonial.
En política se comienza por el autoritarismo y se acaba sin remedio en el totalitarismo. Se disuelven los partidos políticos; se anulan las libertades de expresión y de manifestación de las ideas; se prohíben los sindicatos y las organizaciones estudiantiles y para-políticas; se erigen la intolerancia y el terror en la esencia misma del sistema. No existen derechos del hombre; el hombre común y corriente sólo tiene obligaciones y frente a los hombres sin derechos, unos cuantos, sin dignidad, gozan de privilegios.
En el terreno académico, Reyes Heroles es profesor de teoría general del Estado en la Facultad de Leyes de la UNAM y en la Escuela Superior de Comercio y Administración del Instituto Politécnico Nacional. Escribe numerosos discursos, ensayos y libros, entre los que destaca “El Liberalismo Mexicano”. En 1960 colabora en la obra colectiva “México: cincuenta años de Revolución”, con el texto “La Iglesia y el Estado”. Miembro de número de la Academia Mexicana de Historia y miembro honorario de la Real Academia de Historia de Madrid. Doctor honoris causa por la Universidad de Alcalá de Henares.
Entre sus escritos están: Tendencias actuales del Estado (1945), La carta de La Habana (1948), La industria de la transformación y sus perspectivas (1951), Comentarios a la revolución industrial en México (1951), Continuidad del liberalismo mexicano (1954), El liberalismo mexicano (tres tomos 1957-1961), La Iglesia y el Estado (1960), una recopilación, selección, comentarios y estudio preliminar de las Obras de Mariano Otero (1981), y Mirabeau o el político (1983).
Muere el 19 de marzo de 1985, en un hospital de Denver, Colorado, Estados Unidos, siendo Secretario de Educación Pública del gobierno de Miguel de la Madrid, cargo que ocupaba desde el 1º de diciembre de 1982. Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres.
Tomado de: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.