Falacias sobre el premio desierto

Hay muchas falacias reptando en la opiniología del gremio teatral en Facebook acerca del resultado del Premio Nacional de Dramaturgia Luisa Josefina Hernández, el cual fue declarado desierto. Todas estas falacias opiniológicas están agrupadas en cinco grandes temas:

a) LEGAL. “El premio no se puede declarar desierto.” Por su puesto que sí, hay una cláusula que indica que el jurado está facultado para declarar desierto el premio. Otras mentes un poco más avezadas piden quitar la cláusula para futuras ediciones, pero las razones expuestas no me parece que sean suficientes. Razones por las cuales NO QUITAR la cláusula: Si se quita, otorgar el premio será obligatorio, como si fuera un derecho que se le otorga al gremio: “Todos tendrán su premio nacional, nada más espere su turno”. Pero se le quita un derecho que sí le corresponde al jurado: derecho a ejercer su juicio, que para eso se le contrató: “sólo puedes ejercer tu juicio en estos parámetros, no tu juicio completo”. Por ello, las razones populistas que se han dado para quitar dicha cláusula son falaces, ya que quieren promover como derecho algo que por definición no lo es (una distinción), y quitan algo que por definición sí es un derecho. Ahora, un tercer argumento legal ha sido: “que los jurados den reportes individuales de cada obra”. Suena loable. Sin embargo, no está bien pensado, ya que para ello tendrían que aumentar considerablemente el pago. Hagamos matemáticas, a lo que no estamos muy acostumbrados a la hora de opinar. Leer una obra con atención y hacer un reporte de esta lectura tomará unas dos horas mínimo. El pago por la labor de jurado es de $10 mil pesos. Entonces cada obra leída con su reporte por escrito la estarían pagado en $90.90 pesos. Así que el pago por hora es de $45.45. Mientras que la hora de taller en el INBA se paga en aproximadamente $500.00 pesos. Para equiparar el pago habría que aumentar casi 10 veces el pago a los jurados. Entonces el jurado estaría ganando casi lo mismo que el ganador del premio y el costo del concurso se triplicaría. Si se pretende que el jurado cobre el mismo dinero por más trabajo, ya no tendríamos jurados de calidad sino mano de obra barata. Así que esta última opinión no es una falacia, pero sí un absurdo.

a) POLÍTICO. “El premio va a desaparecer”, dicen emulando el gesto de la pintura de Edward Munch. Nunca se desaparece un premio porque haya sido declarado desierto. Se desaparece porque hace falta voluntad política para mantenerlo. Que han usado el declararlo desierto como excusa es otra cosa. Y si lo van a desaparecer, cualquier excusa es buena. “No puede ser que no haya una obra digna del premio entre 110 candidatas.” La literatura dramática europea sufrió un gran vacío durante los diez siglos que duró la Edad Media. Yo no recuerdo una obra medieval que haya alcanzado la gloria de “Edipo” o “Hamlet”. Es muy probable que haya un puñado de obras que se estudien hasta el hartazgo en la academia, pero yo no las recuerdo. El punto es que en diez siglos quizá sólo un puñado de textos de literatura dramática pudo alcanzar el estatus de obra de arte para la posteridad, mientras que hay cien veces más en un siglo de Renacimiento. Hay altas y bajas, ni la cantidad ni la calidad en la producción artística son constantes. Si hubo este gran vacío en Europa, ¿por qué no lo podría haber en una sola edición de un solo premio en México? Si lo pensamos bien, el absurdo es exactamente lo opuesto: pensar que forzosamente debe haber una obra de arte destacable en un parámetro tan pequeño. “Declarar desierto un premio no favorece el desarrollo del teatro nacional.” ¡Al contrario! Forzar a que siempre haya un ganador baja la credibilidad del premio y baja las exigencias fomentando así la mediocridad. Premiar “lo menos peor” ¿en qué beneficia al teatro nacional? Beneficia en efecto, al ganador. Al menos económicamente. Pero no beneficia al teatro nacional, ya que es una obra más que quizá nunca se estrene, precisamente porque premiaron algo de calidad insuficiente. Declararlo desierto debería incentivarnos a ser mejores dramaturgos, no a ser mejores pseudo activistas y opiniólogos. “El dinero del premio no alcanza para llevar a cabo una acción significativa en favor de la dramaturgia mexicana.” Si los talleres en el INBA se pagan en un estándar también de $10 mil, y el premio es de $150 mil… ¿No alcanza para 15 talleres? Digamos que 10, porque también se lleva presupuesto en la promoción y logística. El diplomado nacional de creación literaria del INBA cuenta con cinco módulos. Me parece que nunca ha habido más de siete talleres en la Muestra Nacional. Así que 10 talleres no son suficientes para una acción significativa? (Ahora, yo no estoy seguro de que vayan a hacer 10 talleres, pero de que alcanza, alcanza.) Les digo que hay que hacer cuentas antes de rebuznar opiniones.

b) ECONÓMICO. “El dinero se perdió.” No se perdió y no se puede gastar en nada más que no sea en beneficio directo del teatro y la literatura dramática, está etiquetado. Si persisten las molestias, consulte Transparencia. “Los jurados se dieron chamba a sí mismos y a sus amigos.” Los jurados tienen la capacidad de declarar desierto el premio, pero no de decidir en qué se gasta. Lo pueden SUGERIR, pero la decisión la toma el INBA. Y si el INBA decide hacer diplomados, ni siquiera le pregunta su opinión a los jurados sobre quién invitar. Yo he estado del lado institucional (no en el INBA), y puedo decir que así funciona. Si los jurados tuvieran esa prerrogativa, estaría expuesta en la convocatoria. Asegurar que los jurados se dieron chamba a sí mismo y a sus amigos no sólo es falacia sino es “mala leche” producto del ardor (recomiendo la Vitacilina, ¡ah, qué buena medicina!).

c) ÉTICO. “El jurado no está calificado.” Una de estas opiniones se sustentaba en una currícula sumamente sesgada de cada uno de los jurados, lo cual fue desmentido posteriormente. Para ser jurado dentro de una disciplina se requiere experiencia y logros similares a lo que se pretende premiar. Dos de los jurados han recibido premios nacionales de literatura dramática. La tercera me parece que no, pero está bien, porque luego se vuelve un club de “sólo los premiados pueden premiar”. Los tres tienen experiencia demostrada. Si a alguien no le gustan las obras de estas personas o les tienen animadversión por cualquier motivo, eso es otra cosa. Quienes los descalifican con pretendidos insultos pseudointelectuales lo único que hacen es evidenciar su propia miseria humana, no poner en duda la capacidad del jurado. “El jurado no leyó las obras.” Esta es una falacia porque es prácticamente indemostrable. Tendríamos que pasar el día entero junto a cada uno de ellos para saber si leyeron o no las obras. Y aunque los observáramos, no podríamos saber si leen o sólo fingen. Para ello se necesitarían los reportes mencionados más arriba, cuya inviabilidad ya fue demostrada. Aunque el jurado diga “sí leí cada una de las obras” o si dijera “nada más leí las primeras tres páginas”, tampoco habría forma de demostrar que hablan en serio o mienten… salvo con los benditos reportes. La siguiente es hermosa y una de mis favoritas: “El jurado tiene tiene preferencias por la dramaturgia tradicional y/o aversión por las dramaturgias disidentes.” Hay un principio psicológico con bases neuronales e implicaciones filosóficas que ha sido resumido por la sabiduría popular de esta forma: “El león cree que todos son de su condición.” Yo no tengo forma empírica de saber ni demostrar qué criterio aplicó el jurado en la evaluación de textos. Pero yo, cuando he sido jurado, pongo a parte mis gustos personales y me enfoco en la calidad de la obra. La calidad se puede observar más allá del gusto personal. Así que, si yo fuera jurado, aplicaría criterios de calidad y no de gusto personal, de manera no objetiva (no existe la objetividad pura) pero sí de imparcialidad subjetiva. Si yo sostengo sin pruebas que el otro está ejerciendo el gusto y no la crítica, es porque yo lo haría. La demostración no puede ser: “yo lo conozco”, “yo he escuchado sus opiniones”, “yo conozco sus gustos”. Ésas no son pruebas de nada. Ésas son pruebas de que son personas como todos nosotros y que como toda la gente tiene gustos y preferencias. A falta de pruebas, yo creo que los jurados suspenderán el gusto y ejercerán la crítica desde un cierto marco teórico. Quizá yo no comulgue con dicho marco teórico, pero eso no quiere decir que no se esté pensando de forma crítica. Nuevamente: yo confío en que el jurado usa el pensamiento crítico porque es lo que yo haría, porque “todos son de mi condición”. Pensar lo contrario solamente PONE EN DUDA el pensamiento crítico del jurado, pero CONFIRMA que el prejuicioso soy yo.

d) COGNITIVO. Ahora mi segundo favorito, que está sumamente emparentado con el último del tema anterior: “La dramaturgia disidente es buena porque se opone a la tradicional y porque es nueva”. Se habló mucho a favor de “la dramaturgia disidente”, pero nunca se dieron razones estéticas o poéticas para sostener esta afirmación. Lo único que pudieron exponer con los comentarios daba a entender que esta “dramaturgia disidente” tiene valor extrínseco, es decir, por cosas fuera de la dramaturgia misma: oponerse a la tradición, como si lo tradicional fuera un pecado capital del teatro, y la novedad como valor absoluto. Esto último me recuerda la mofa de este pensamiento “nuevo centrista” que hacen en el sitcom “How I met your mother”, en el que el personaje de Barney Stinson repite a destajo: “I only have one rule: new is always better”. Curioso que muchos promotores de esta “ley” que defiende la novedad sean marxistas, y que paradójicamente abracen un slogan tan capitalista. Se defiende algo sólo por ser nuevo. La novedad es un valor solamente en el mercado, en los demás ámbitos es una cualidad como cualquier otra. Y lo mismo para la tradición. La tradición es un valor cuando hablamos de identidad, pero no de estética. Ahora, en cuanto el valor de la “disidencia” porque se opone a la tradición, esto es un argumento más bien político, no estético ni poético. Porque equiparan con su adjetivación a “la tradición” con una dictadura de derecha. Pero al no ofrecer otro valor que la novedad como absoluto para valorar “la disidencia”, también esta disidencia se convierte en dictadura. Perecen stalinistas tachando de régimen opresor al nacional socialismo. Ningún género ni estilo garantiza que las obras que pertenezcan a él sean obras de arte. Hay obras de arte tanto en el rock como en la cumbia. De la misma forma, no toda la música (mal) llamada clásica es arte, hay piezas horrendas y simplonas. Las obras son obras de arte por su “calidad de factura”, no por el género o estilo al que pertenezcan. Una obra no es buena ni mala por el simple hecho de que sea disidente o sea tradicional. Yo confío en que el jurado usó un pensamiento crítico debidamente sustentado para buscar no una obra más o menos, no lo menos peor, no algo aceptable, sino una obra de arte. Y no encontró una obra de arte entre 110. ¿Descabellado? A mí no me lo parece. Si casi no hubo verdaderas obras de arte en la literatura dramática europea durante los 10 siglos de Edad Media, que no pase en un año en México en un solo concurso. ¿Por qué confío en que el jurado haría eso? Porque no tengo forma de probar lo contrario, y sólo me queda confiar en que ellos hicieron lo que yo haría. Si yo, SIN TENER PRUEBAS, afirmo que ellos hicieron algo antiético que yo no haría, entonces, el jurado no es el soberbio, EL SOBERBIO SOY YO, pues me creo moralmente superior a ellos.

Para mí lo más alarmante que dejó este premio desierto fue ver la cantidad de pensamiento soberbio y mezquino. La cantidad de opiniones que se avientan sin reflexión, sin matemáticas siquiera. Fueron muy pocas voces las que propusieron reflexión sobre el sistema de premios en México. Muy poca propuesta reflexiva sobre la calidad de nuestra dramaturgia, y por supuesto, sobre la enseñanza de ésta, sobre la escasez en la producción de pensamiento teórico mexicano sobre el teatro y la dramaturgia. Y recalco lo del pensamiento teórico porque no es lo mismo que los manifiestos. Éstos podrán estar hechos de manera crítica, pero no son teorías que analicen el estado de las cosas, son deseos de cambio o fundación de estilos, pero no es producción de teoría teatral, que también es diferente de las investigaciones históricas. En fin. Creo que tenemos todavía mucha soberbia por resolver. Si ya terminaron de escupir su veneno, ahora sí, vamos a ponernos a pensar de manera crítica y estructurada para poder ponernos a trabajar.

Mario Cantú Toscano
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