Rápida mirada sobre un poquito de la historia de uno de los aparatos más utilizados en nuestra vida cotidiana.
Por Gerónimo Manso
En el año 1854, el francés Charles Bourseul expuso la idea de utilizar las vibraciones producidas por la voz sobre un disco flexible, con el fin de activar y desactivar un circuito eléctrico y producir las mimas vibraciones en un lugar alejado del cual habían sido producidas. Mas tarde el alemán Johann Reis desarrollo un instrumento capaz de transmitir notas musicales, aunque no podía reproducir la voz humana.
No fue hasta 1877, tras descubrir que para transmitir la voz humana sólo se podía utilizar corriente continua, el estadounidense Alexander Graham Bell, construyó el primer teléfono capaz de transmitir y recibir la voz humana con todas sus características.
El primer teléfono
Básicamente el primer teléfono de Bell estaba constituido por un emisor, un receptor y un único cable de conexión. Tanto el emisor como el receptor estaban formados por un diafragma metálico flexible y un imán con forma de herradura en el interior de la bobina. Las ondas del sonido que chocaban sobre el diafragma lo hacían vibrar en el campo magnético del imán. Dicha vibración inducía una corriente en la bobina, que variaba según las vibraciones del diafragma. Dicha corriente se transmitía por el cable hacia el receptor del otro teléfono, en el cual la variación del campo magnético hacia que el diafragma varié reproduciendo el sonido original. Si bien estos equipos podían transmitir la voz, lo hacían muy débilmente.
Mas tarde Emile Berliner invento el transmisor telefónico de carbono, que constituye la clave para la aparición del teléfono útil. Dicho invento consta de unos granos de carbono ubicados entre unas láminas metálicas llamadas electrodos (diafragma) que transmite la variación de presión a dichos granos. Los electrodos conducen la electricidad que circula a través del carbono. La variación de presión origina a su vez una variación en la resistencia eléctrica del carbono. En la línea se aplica una corriente continua a los electrodos y la corriente que resulta también varia. Dicha variación de corriente a través del transmisor se traduce en una mayor potencia inherente a la onda sonora original. Dicho efecto se llama amplificación y es fundamental en los teléfonos para reproducir la onda original.
Los teléfonos actuales
Hoy en día el imán permanente fue reemplazado por una sustancia plástica que se denomina electreto. De la misma forma que el imán, produce un campo magnético permanente en el espacio. De la misma forma que un conductor eléctrico que se mueve en el seno de un campo magnético induce una corriente, el movimiento de un electrodo dentro de un campo eléctrico puede producir una modificación del voltaje entre un electrodo móvil y otro fijo, en la parte opuesta del electreto. Los transmisores actuales se basan en este efecto en vez de la variación de la resistencia de los granos de carbono. En la actualidad, los micrófonos de carbono fueron reemplazados por micrófonos de electretos, ya que son más pequeños y baratos y además reproducen mejor el sonido. La amplificación de la señal se consigue utilizando circuitos electrónicos. El receptor es un pequeño parlante y puede ser de diafragma o de cono vibrante.
Historia de la central telefónica
El concepto de implantar una central telefónica, por cuyo medio un teléfono pudiese conectarse con otro teléfono, fue propuesta por Edwin T. Holmes, quien dirigió una central de esta clase en 1877, en vínculo con su sistema de alarma contra ladrones en Boston.
En este sistema, el par de hilos que sale de nuestro teléfono van sobre postes, al aire libre o subterráneos, recubiertos de aislante, a un edificio donde cientos de cables semejantes concurren para la interconexión.
En la central con operadoras, que estableció el adelanto tecnológico posterior, había muchas empleadas, sentadas una al lado de las otras, delante de un cuadro de distribución telefónico.
Cada una de estas empleadas estaba provista de un receptor y un emisor, ubicados delante de ellas en un panel, quedando así las manos libres. El frente del cuadro estaba formado por un gran número de orificios pequeños llamados “jacks” y al lado de cada agujero estaba colocada una pequeña lámpara eléctrica. Cada uno de estos orificios representaba el final de una línea telefónica. Entre el operador y la cara vertical del cuadro había un estante angosto, de donde sobresalían cientos de terminales con la extremidad de metal. Estos se llamaban “clavijas”, e iban unidas a los cabos de cordones flexibles.
Cuando un abonado desmontaba su receptor del gancho, se prendía una de las diminutas lámparas del cuadro, y la operadora más próxima tomaba una de las clavijas y la insertaba en el jack adyacente a la bombilla encendida. La lámpara se apagaba, pero al mismo tiempo se encendía otra en el banco al lado del cordón flexible. La telefonista entonces cerraba un conmutador situado en el banco o estante que conectaba su teléfono con el del abonado y decía: “¡Central!” Al recibir el número que se deseaba, la telefonista tomaba otra clavija, la conectaba bajo el banco a la primera, la insertaba en el jack que pertenecía al número pedido y apretaba un botón, que hacía sonar el teléfono de la persona a quien se llamaba.
Tan pronto como la persona, al contestar a la llamada, descolgaba el receptor de su teléfono, la lámpara adyacente al primer flexible se apagaba, indicando a la telefonista que había sido hecha la conexión pedida. Como el teléfono de aquélla era desconectado de la línea después de recibir el número deseado, quedaba la telefonista libre para establecer otras conexiones. Cuando el abonado en una línea volvía a colgar el receptor de su teléfono, la lámpara adyacente al flexible correspondiente se encendía, la telefonista retiraba la clavija, apagándose la lámpara, y se volvía a colocar la pieza en el estante. En una central telefónica activa las lámparas del cuadro estaban continuamente encendiéndose y apagándose, acompañadas de las llamadas, ” ¡central! “, y el tictac de las clavijas.
El otro tipo de medio, cuyo empleo se incrementó luego, a medida que las automatizaciones fueron reemplazando progresivamente a las operadoras, fue aquella en que las conexiones que se hacían por medio una máquina automática, que era dirigida por la persona que hacía la llamada. En lugar de esperar a que la telefonista pregunte el número que se desea, el abonado, de un modo automático, conectaba su teléfono con el de cualquier otro abonado haciendo girar una esfera numerada con las cifras sucesivas del número del teléfono deseado. La máquina automática conecta los dos teléfonos, y el abonado que llama puede entonces hacer sonar directamente el timbre del teléfono del otro abonado.
Tomado de: geronet
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