Yo soy un humilde cancionero…

Quedan pocos trovadores de su calidad

 

Por: Oscar González Bonilla,

 

A sus 83 años de edad camina apoyado en bastón con guitarra al hombro en forro negro por las diferentes calles de Tepic con destino a sitios de concurrencia social. Es trovador solitario como se gana el pan de cada día, después de interpretar casi siempre boleros clásicos de antaño pasa la charola a los contertulios, algunos, pocos por cierto, son muy dadivosos con él.

Gregorio Luna Carrillo nació en Botadero, municipio de Santiago Ixcuintla, producto de la unión de doña María Concepción Carrillo Fránquez y don Enrique Luna Mendoza, aunque admite que se crió en Jomulco, municipio de Jala. Allá, desde muy chico, se aplicó en el ensarte de tabaco, pizca de café y en las tareas, entre otros, mientras que acá también le entró duro a las labores del campo.

Se le escapó la oportunidad de estudiar precisamente por dedicarse a las actividades propias de su sexo por mandato de su padre. Arguye Gregorio que no recibió la orden de sus progenitores para estudiar, aunado al carácter rebelde del joven. “Antes no había la exigencia de ir a la escuela, hoy sí, es muy diferente”. Sirve de consuelo la existencia de que muchos viejos ejidatarios no saben leer ni escribir.

Para conocer cómo es que nació en él el gusto por la música, pero mayormente el deleite por ejecutar la guitarra, se le pide explicación. Gregorio Luna asienta que tenía por costumbre cada año comprar una guitarra, la usaba y vendía o regalaba. Comenta que un día lo escuchó un músico que trabajaba en Tepic y lo invitó a salir de Jomulco. Allá hay quienes saben menos que tú. Vamos. Lo convenció, y desde 1975 se plantó en la capital nayarita. Recuerda que inicialmente se instaló en una casa de alquiler de la calle Abasolo casi esquina con Prisciliano Sánchez.

Durante largo tiempo trabajó en tríos, también formó dueto. Lo hizo con Pablo Vargas, Alejandro Vargas y José Lomelí. Así como con Margarito, de quien no recordó el apellido. Con honestidad confiesa que no participó con los Zircones que derivó en Los Toños, éste último integrado por Toño Sepúlveda, Toño Tinajero “El Maracas” y José Delgadillo “Pelé”, entre otros. El intenso trabajo de cada día provocó que Gregorio Luna Carrillo aprendiera letra de infinidad de canciones de la época de oro del bolero romántico, pero además corridos, rancheras y de otras, tanto que se le escuchan melodías que muy pocos saben que existen.

Con base en la experiencia, Gregorio afirma que nunca se termina por aprender a tocar guitarra, “tiene mucho que buscarle”. Se atreve a decir que ha visto buenos guitarreros que utilizan tonos que él desconoce. Modestamente manifiesta que no sabe tocar guitarra, “yo nomás hay le doy, porque pues….la necesidad”. Aunque quienes conocen de ello lo califican como buen ejecutante.

Si la vida del músico es difícil, a don Gregorio le es más cuando carga con el peso de la diabetes, enfermedad que lo hizo alejarse de tríos, por ejemplo, porque los compañeros renegaban de su lentitud para andar. Hoy a paso cansino va solo al encuentro de sus clientes. No da a conocer la cantidad promedio que se gana diariamente, porque “vivo de lo que me dan, no exijo”. Luego don Goyo hace referencia al director del periódico Censura, Elías Maldonado Oronia, quien en el café Diligencias como pago le da un billete, casi diario. En el momento de la entrevista el músico enseña un billete de cien pesos que el periodista le depositó en la bolsa de la camisa. Gustoso asienta que el poco dinero que gana es para él solo, es decir, no lo comparte, tampoco es ya más víctima del “caimaneo”, práctica muy común entre los músicos, que se refiere a que siempre hay quien entre los compañeros se queda con la mayor parte del dinero ganado en cada tocada.

Paga cuota al cetemista sindicato de filarmónicos para que libremente lo dejen trabajar, aunque no asiste a las sesiones por su vejez. Vive en compañía de uno de sus hijos (“tengo siete vivos, pero fueron como quince”), los otros radican en Tijuana. Los dos hacen vida en común, ambos se emplean (no en la música el muchacho, sino en otros menesteres) para obtener dinero que necesitan para sobrevivir. El hijo le hace de comer sus gustos, y le compra sus remedios para la diabetes. Ellos son felices así, pues muy a pesar que don Goyo le dice a su hijo que se consiga una mujer, él no quiere compromisos de esa naturaleza.

A Gregorio Luna Carrillo le gusta tanto el oficio que es capaz de tocar aunque no le paguen. La diabetes lo consume. “Estoy malo de las patas, vale, si no anduviera por allá en la playa ganándome la vida. Se muchas canciones de tríos, de esas viejas, y seguro estoy que en cualquier parte la hago”. Tiene sacos y zapatos, reliquias que hoy en casa sólo son recuerdos de su glorioso pasado.

 

Mail: osgobi@hotmail.es

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