Por: Fernando Martínez.
Escribió la última línea de código en su ordenador, con esto concluía exitosamente el proyecto que le otorgaría el título de Ph.D. en física cuántica. Sus ojos fuera de sus órbitas, observaban con asombro el resultado de años de esfuerzo, de investigación y de grandes sacrificios. Lo que tenía frente a sus ojos comprobaría con un grado de exactitud casi perfecto el mecanismo que hace funcionar el universo, y más importante aún, cómo y porqué lo hace.
Su trabajo consistía en desarrollar un software de inteligencia artifical que, en base a diferentes teorías, ecuaciones incomprensibles para la mayor parte de los seres humanos, y una profunda investigación en diferentes ramas de la ciencia, simulara lo sucedido en el big bang que dio origen a todo lo que existe en el universo. El sistema era tan sofisticado, que necesitaba un conjunto de cerca de cien computadoras conectadas entre sí, para brindar el poder de procesamiento requerido en los cálculos de la simulación, y obtener los asombrosos resultados que el futuro doctor esperaba encontrar. Sin embargo, algo fuera de lo común y diferente a lo teorizado estaba ocurriendo en el sistema.
El programa se encontraba en el punto de la formación de nuestro sistema solar, y conforme avanzaba la ejecución, observó la formación de la Tierra con el antiguo supercontinente “Pangea”, su separación y la formación de los continentes; la formación de la atmósfera; el nacimiento de los primeros seres vivos (pequeñas bacterias); la aparición de los primeros mamíferos; hasta llegar a lo que bien pudo traerle como consecuencia un paro cardiaco debido a la tremenda impresión de observar lo que su simulación le estaba mostrando: el nacimiento de “seres humanos virtuales”.
El científico quedó anonadado con lo que tenía frente a sus ojos; interrumpiendo un momento la ejecución de su programa, realizó algunos ajustes a las variables del sistema para enfatizar su enorme hallazgo, pues él sabía que con esto, un premio Nobel supondría nada en comparación con lo monumental de su obra. Extasiado, con un temblor en las manos que no podía detener y las lágrimas a punto de brotarle, continúo con su simulación. Alrededor de su silla se observaban los cientos de luces led que parpadeaban desde los cerebros de las computadoras; todas procesando miles de millones de cálculos cada segundo, mismos que eran reflejados en la pantalla que estaba frente al hombre. El sistema, dotado de un poder computacional sin precedentes, le mostraba a su creador lo que jamás se hubiese imaginado; en el monitor sobre el que se seguía la simulación, como si fuera una cámara que observaba a alguien, se podía apreciar la silueta de un ser humano sobre un campo en una noche estrellada, el hombre se veía solo, cuando de pronto, de las bocinas del computador se desprendió una “voz humana” que se cuestionaba a sí mismo: ¿quién soy yo?
***
El programa, que para sorpresa del científico simulaba la creación de la raza humana, llegó a un punto en el que dotó de una “conciencia” al hombre que se simulaba. El científico quedó petrificado con lo que estaba observando; miles de ideas ondeaban en su cabeza, lo que estaba sucediendo en la simulación tenía que ser sometido a exhaustivos análisis científicos, filosóficos y sin duda, se dio cuenta de estar frente a un suceso que revolucionaría el pensamiento científico, filosófico y religioso. El hombre de la simulación no paraba de cuestionarse a sí mismo sobre su naturaleza.
-¿Para qué estoy aquí? ¿Quién me creó? ¿Qué es todo esto que me rodea?
Cada frase, cada pregunta que el hombre simulado se hacía, la escuchaba el científico por medio de los altavoces. El científico sintió la necesidad de hablar con el hombre que estaba siendo simulado, pero no encontraba palabras para charlar con él, cómo hacerle saber que en realidad no existía en sí mismo si no que era producto de una simulación computacional, producto de complejos algoritmos matemáticos, cálculos y ecuaciones. Este tipo de dudas rondaban en la mente del futuro Ph.D., hasta que al fin decidió tomar un micrófono para hablar con el hombre que él mismo había creado.
***
-Hola- dijo el científico con voz temblorosa mientras sostenía el micrófono con su mano. El hombre de la simulación quedó estupefacto al escuchar aquella voz que no sabía de dónde provenía, asustado, se arrastraba en el suelo del campo mirando para todos lados en busca del origen de la voz. Al no explicarse el suceso, el hombre simulado preguntó mirando al cielo:
-¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Quién soy yo?
El científico dudó en responder, quería evitar el volver a asustarlo. Al fin respondió:
-Hola, tú eres una creación mía, yo soy tu creador, no te preocupes porque estás en un lugar seguro, yo te estoy observando, no te pasará nada.
El hombre simulado, al escuchar esas palabras, se tranquilizó un momento, hasta que esas dudas interminables volvieron a surgir en su mente, que era producto de la inteligencia artificial adquirida gracias a la simulación del científico.
-¿Quién soy yo? – preguntaba con insistencia el hombre.
-¿Qué hago aquí? ¿Qué es todo esto? ¿Para qué fui creado? ¿Con qué fin me pusiste en este lugar? ¿Qué son aquellas luces que brillan a lo alto? ¡Responde! – gritaba el hombrecillo.
El científico, sin respuestas a dichas preguntas, dejó de responder, y pensó en darle una compañera al hombre simulado para evitar la soledad que lo aquejaba. Para esto, realizó una serie de cambios en las variables del sistema, “obligando” a dormir al hombre; cuando éste despertó, una joven y hermosa mujer, desnuda y dotada de una gran inocencia, apareció a su lado.
-Aquí tienes a tu compañera – le dijo el científico al hombre.
-Ustedes vivirán juntos en esta simulación de la vida, aprenderán a convivir y poblarán todo el espacio de almacenamiento. Todo lo que está es para ustedes, pueden aprovechar de lo que les rodea y nunca morirán.
Los humanos simulados, al escuchar las palabras de su creador, se reconfortaron.
Pasados unos meses, el científico obtuvo el premio Nobel así como una serie de galardones por lo realizado en su simulación, mientras en el sistema, los “humanos” simulados trataban de hablar con su creador sin éxito. Pasaron un par de años cuando el científico, ahora Ph.D. en física cuántica, volvió a su antiguo proyecto, observando los avances en la civilización que él mismo había creado. Observó cómo se replicaban las guerras existentes en el mundo real a su mundo virtual y con mayor curiosidad se dió cuenta que los científicos dentro de la simulación fueron capaces de simular un nuevo universo dentro del universo simulado. Lo cual envolvió nuevamente de dudas al científico, de nuevas incertidumbres como variables aleatorias, mismas que lo llevaron a cuestionarse su propia existencia; ¿en verdad existimos o somos producto de una simulación?
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Fernando Martínez Méndez
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