ce889afe3d48193034e3b49ccb1e6d1cPor: Rosaura Barahona Aguayo.

 

Desde hace más de cuarenta años trabajo en educación. Como asesora visito colegios de diverso nivel socioeconómico y dentro de sistemas educativos diferentes en distintos países.

Me encanta lo que hago y quiero compartir con ustedes algunas de las experiencias sencillas que nos descubren cosas nuevas o perspectivas frescas sobre lo ya conocido.

Hoy hablaré sobre algo que he encontrado en todos los colegios visitados: la ropa y los objetos perdidos. Así como las líneas aéreas tienen espacios llenos de maletas y objetos olvidados jamás reclamados, los colegios también los tienen.

La mayoría de los padres de familia se quejan de los costos de la educación y de todo lo vinculado con ella. Los uniformes, siempre y en todos lados, son reconocidos como útiles y prácticos, pero caros. Sin embargo, en todos los colegios visitados me he topado con un sitio especial en donde se acumula mucha ropa perdida u olvidada por los estudiantes de todas las edades.

Este fin de ciclo escolar, revisé intencionalmente esos espacios y no se imaginan la cantidad de loncheras, mochilas, libros, cuadernos, zapatos, tenis, sweaters, chamarras, raquetas, instrumentos musicales, abrigos y objetos diversos que se quedaron ahí.

Cada colegio tiene su forma particular de manejar este asunto. Algunos mandan avisos y dan un tiempo límite para que los padres o alumnos se presenten a revisar las prendas. Otros tienen establecido ese período desde el principio de año y a los padres se les avisa que, de no recogerlos, serán donados para fines asistenciales.

Hay colegios que hacen un bazar al que invitan a padres, alumnos e invitados externos para que adquieran prendas a muy bajo precio, pero si alguien identifica en ese momento una como propia, ya es demasiado tarde. Sólo si paga por ella podrá recuperarla.

Hay muchas maneras de manejar el problema, pero lo importante no es eso, sino el por qué tantos padres y tantos niños dan tan poca importancia a prendas y objetos de cuyo costo se quejaron tanto al adquirirlas.

Éste es un buen ejemplo para ilustrar lo que se llama el doble discurso: decimos una cosa, pero hacemos otra. ¿Cómo podemos actuar para lograr un poco más de congruencia?

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