Si queremos corresponder a las necesidades de nuestra sociedad, entonces tenemos que formar ciudadanos universales, no nacionalistas a ultranza, trasnochados en el laberinto de sus soledades.
Los “representantes culturales” de cada uno de los candidatos fueron convocados a discutir la Reforma Cultural con los autores del libro casi homónimo. A la reunión previa, Javier Lozano declinó asistir. Alejandra Frausto, de Morena; Consuelo Sáizar, representante de Margarita Zavala; Raúl Padilla, del Frente (PRD, PAN, MC) sí aceptaron acudir.
El debate tendrá lugar el 14 de mayo, seguramente estarán representados todos los candidatos. Es lo de menos. Ninguno ha mencionado realmente un programa cultural como tal, aunque Raúl Padilla sí haya circulado un borrador de propuestas destacables.
Dicha reunión, sin embargo, me lleva a pensar en los compromisos por la cultura, un derecho ya universal aceptado en nuestra constitución al que tristemente no pueden acceder los más de 120 millones de mexicanos. Pero también me lleva a pensar en la ciudadanía. Porque de nada sirve la cultura si no forma ciudadanos.
En primera instancia, nosotros tenemos el compromiso de asumir nuestra época, debe haber una correspondencia entre nuestros actos y los aires de nuestro tiempo. Pertenecemos, indefectiblemente, al siglo XXI. Y no podemos hacer otra cosa que ir al ritmo de los tiempos, sin embargo, para poder seguir este ritmo, es necesario reconocerlo: vivimos en una época compuesta por una diversidad exuberante y una creciente internacionalización.
Es el tiempo de lo múltiple y lo global. Si queremos corresponder a las necesidades de nuestra sociedad, entonces tenemos que formar ciudadanos universales, no nacionalistas a ultranza, trasnochados en el laberinto de sus soledades.
Existe una relación natural entre educación, cultura y ciudadanía. Desde la época clásica, los ciudadanos eran los únicos hombres que sabían vivir en sociedad y que, además, eran libres.
Hoy, el mundo está en constante relación, el intercambio cultural es arrollador, la educación vocacional no es suficiente, los estudiantes necesitan poder desarrollarse en un mundo cada vez más diverso, más cambiante y más interrelacionado.
Debemos encontrar un equilibrio entre la educación vocacional y la educación ciudadana. Entre la formación artística y el fomento a la creación de alto nivel. Entre la difusión cultural y algo más importante, la formación cultural.
Necesitamos ciudadanos que puedan convivir con diversas culturas, individuos y formas de pensar. Adultos que puedan afrontar los retos no sólo de algunas regiones y grupos locales, sino también como ciudadanos de un mundo complejo e interconectado.
Para llegar a formar este tipo de ciudadanos universales, es menester llevar a cabo ciertas prácticas, a saber: el autoexamen crítico, el ideal de ciudadano del mundo y el desarrollo de la imaginación narrativa.
El auto-examen, de origen socrático, libera la mente de los hábitos y convenciones, de las inercias y los autoritarismos, forma personas que pueden actuar con sensibilidad y agudeza mental como ciudadanos del mundo.
Al desprenderse de las maneras de pensar heredadas y localistas, se vuelven hombres libres, hombres de mundo. La educación radica precisamente en el ejercicio del auto-examen, pues éste conduce a la libertad de autodeterminación.
Una educación que no sólo sea vocacional, que no maquile obreros calificados, sino pensadores idependientes. Y sobre todo críticos.En síntesis, la vida examinada no acepta la autoridad de ninguna creencia por el solo hecho de que haya sido transmitida por la tradición o se haya hecho familiar a través de la costumbre, una vida que cuestiona todas las creencias y sólo acepta aquellas que sobreviven a lo que la razón exige en cuanto a coherencia y justificación, ésta requiere de la habilidad de razonar, de poner a prueba lo que uno lee o dice desde el punto de vista de la solidez del razonamiento.
Agradecemos al autor y El Heraldo de México.
- Cultura, política y ciudadania I - mayo 15, 2018
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