En la cinta Shakespeare in love, dirigida por John Madden, el propietario del Teatro de la Rosa, Philip Henslowe -interpretado por Geoffrey Rush, y para quien trabaja un joven Shakespeare dramaturgo y actor-, suele responder a muchas de las vicisitudes que se le presentan y que no eran de extrañar dada la carencia de actores y las maltrechas condiciones económicas de muchos de los teatros en la Inglaterra de finales del siglo XVI -condición esta última que tampoco ha variado mucho en nuestros días-, con una sencilla expresión: “No lo sé, es un misterio”; pero esta declaración en apariencia simple juega lo mismo como la única puerta de escape posible ante el problema presente o por venir, que como el conjuro para que un milagro ocurra. Y es que en la particularísima mística del Teatro -que nada tiene que ver con la esperanza de que aquello realizado con displicente, perezosa, descuidada, condescendiente o blanda actitud logre resolverse por sí mismo- los milagros sobre el escenario o fuera de él no suelen ser infrecuentes.
Venidos de la agilidad mental del actor para responder en ese “ahí y ahora” frente al accidente, la laguna mental propia o del compañero, la falla técnica, o el fatídico lapsus, y sin que el espectador se dé cuenta en muchas ocasiones, los milagros ocurren con el único afán de que la función continúe puesto que el Teatro suele arreglárselas para proseguir, y tal parece que sólo un incidente de mayores proporciones es capaz de detener su ímpetu. Fuera de la escena, a veces, venturosamente, lo mismo ocurre y no sólo para sortear las vicisitudes propias de llevar a cabo un montaje, sino de sostener y lograr la continuidad de empresas como un festival o un coloquio de Teatro. Empresas cuya aparición en un primer momento es digna de felicitación, pero cuyo verdadero reconocimiento tiene que ver con la permanencia, con la continuidad, puesto que no son pocas las iniciativas de este u otros tipos que vemos aparecer y apagarse en breve para sólo dejar un vago recuerdo.
Hace quince años, en 2004, el Coloquio Integral de Teatro Alternativo (CITA), hizo su entrada a escena en la ciudad de Tepic, Nayarit, para llevar a cabo su primera emisión. Durante sus días de realización, esta fiesta escénica ha convocado tanto a maestros, profesionales y hacedores de la práctica teatral local, nacional e internacional, así como al público en general, para disfrutar -sin costo alguno- las puestas en escena que ha reunido su cartelera en diversos teatros, foros y espacios escénicos de la ciudad, lo mismo que en algunos municipios donde se ha llevado a cabo una extensión del mismo. Días de puestas en escena que en la premisa de propiciar el diálogo y la reflexión sobre el quehacer escénico han contado también con mesas de desmontaje en las que se analizan las propuestas presentadas el día anterior, talleres y actividades de formación que el CITA ofrece en su apuesta porque el trabajo escénico que se realiza de manera independiente mejore, se establezcan nuevos vínculos, y se enriquezca la actividad teatral alternativa.
En ocasiones con total holgura y otras “de milagro” -literal-, el CITA ha logrado sobrevivir y permanecer a lo largo de quince emisiones pese a los embates del accionar cultural que varían de un sexenio al otro, pese a las animadversiones, pese a la insolidaridad; pero como en toda empresa que apuesta por el Teatro y su particular ímpetu, lo ha hecho también gracias a la suma de voluntades y entrañables amigos que ha encontrado en el camino, y en particular al empeño inquebrantable de su director, Octavio Campa Hernández, que si bien no suele usar ese: “No lo sé, es un misterio” cuando el CITA ha atravesado momentos álgidos, comprende perfectamente este aspecto místico del Teatro que ha rodeado, arropado, desde siempre al Coloquio, para el que quince años parecen no ser nada frente al empuje renovado que muestra en cada nueva emisión, frente al futuro que en este caso nunca se cierra del todo pese a las vicisitudes.
Vizania Amezcua
Tepic, Nayarit; 15° CITA 2018
Fotografía: Octavio Campa
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