Casa de los almendros
Dicen que el maíz se lo dieron los dioses a los hombres. Para que lo cultivaran con sus manos. La tierra -nuestra gran Madre- cobijó las pequeñas semillas, que pronto germinaron. Cuando las plantas tenían sus frutos tiernos, un fuerte aire tumbó algunos elotes.
De manera accidental cuando un hombre andaba juntando lo que se había caído, se le soltó uno, que fue a dar a la lumbre. El hombre se puso a juntar leña. Cuando fijó sus ojos en el elote, vio que las hojas se le habían chamuscado. Lo sacó y lo peló. Al ver los granos dorados comenzó a comerlos. El sabor exquisito del maíz tierno lo cautivó.
Le llamó la atención que entre los dientes blancos del elote iban unos cuantos de color morado. Que su sabor era diferente. Sabía a maíz pero no a maíz blanco.
Desde ese día el hombre se dedicó a vigilar la milpa cotidianamente, para que no le fuera a pasar nada. Con grandes gritos espantaba a las urracas que se querían comer los granos. Corría a pedradas con una honda a los tejones, mapaches, “jabalines” y “tacuaches”.
Cuando cosechó el maíz, al desgranarlo el hombre apartó con cuidado los granos morados. Llenó un bule con las semillas y lo tapó con un pedazo de olote. Con los granos que le sobraron su mujer hizo piznate. Martajó los dientes que había cocido en una olla de barro. Con sus manos quitó la masa del metate. Hizo unos testales. Los mezcló con agua. El nijayote se lo dio a los perros.
El hombre tomó el piznate que su mujer le ofreció en un jumate. Sintió en todo el cuerpo la frescura de la bebida. Desde entonces para “la calor” se toma el piznate.
Fotos de César Delgado Martínez.
@CsarDelgadoM
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