Las alas mutiladas, mar en duelo,
un denso muro que, por denso, espanta,
un torrente de lava en la garganta
y un suspiro fugaz que emprende el vuelo.
Un tropel de alaridos rompe el velo
de la noche, y el cielo se ataranta,
el jugo destilado de la planta
atiza a las neuronas en revuelo.
Luego vendrán la laxitud y el sueño,
el vértigo, la náusea, la alharaca.
La cordura se aparta de su dueño.
La empecinada necedad ataca,
después de hacer la “mona”, la resaca,
y volver al “cubil” con más empeño.
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