El jinete de la Divina Providencia

por: César Delgado Martínez

 

México, D.F. En la formación en las artes escénicas son fundamentales las prácticas. Donde los estudiantes muestran el nivel que han alcanzado y al mismo tiempo adquieren la experiencia en las tablas que les servirá en su vida profesional. Teoría y praxis deben conjugarse de una manera indisoluble.

Los estudiantes del segundo grado de la licenciatura en actuación de la Casa del Teatro –ubicada en el corazón de Coyoacán- como examen están presentando en el Foro Rogelio Luévano, la puesta en escena “El jinete de la Divina Providencia” (estrenada en 1984 y llevada al cine en 1988) del dramaturgo, poeta y director Óscar Liera (Culiacán, 1946-1990), con dirección de Rodolfo Guerrero, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA).

Una historia que habla de los milagros que hace el pueblo cuando quiere. De Jesús Malverde, el santo laico que se ha enraizado en la tradición religiosa popular no tan sólo de los culichis, sino de los sinaloenses y de sus adeptos a nivel nacional e internacional.

Hay una dirección escénica más allá de lo correcto. Que cae dentro de la construcción acertada que hacen las chavas y los chavos de los diversos personajes. Algunos extraordinariamente interpretados, como:

Francisco Cañedo (el gobernador, déspota, asesino y demás) a cargo de Carlos Ordóñez; Adela Carrillo en el cuerpo de Joana Palomino; el Padre Jaime encarnado por Iván Flores Ochoa y Martín Fernández (el hacendado, cruel, despiadado, mujeriego, explotador) actuado por el nayarita Eugenio Rubio, una promesa joven que seguramente –si sigue en esto con pasión, entrega y profesionalismo- llegará a ser uno de los actores más importantes de la república teatral.

No es pésima memoria. Ni mucho menos. Para este tecleador llegado de la tierrita a la gran urbe. La participación de Cuanina (“la loca”) interpretada por Ana Paola Loaiza fue sencillamente fuera de serie. Como “poseíada” asumió su papel hasta las últimas consecuencias. La escena de este personaje cuando fue violada por Martín Fernández (Eugenio Rubio) con todo lo que tiene de reprochable, cruel, inhumano, despiadado y morboso; constituyó un instante de magnificencia. La categoría estética de lo bello se dejó sentir en todo su esplendor.

¡Lo que son las cosas! En una función anterior a la que asistió este costeño espectador; dos señoras de edad avanzada, se salieron indignadas de la función. Como dicen en la tierrita: “¡Echando pestes!”. Así es el teatro, señoras y señores.

César Delgado Martínez
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