por: Octavio Campa Bonilla.
Con el alma preñada de soles fugitivos…
con los ojos absortos de distancia
que han quebrado mis pasos peregrinos
para ver el milagro cotidiano
en que el mundo se puebla de voces y de trinos…
quiero elevar mi canto
a la Musa perpetua que agigantan los siglos,
a la Mujer, que es eje de la vida,
domadora de penas, zanjadora de abismos,
en cuyo pecho maternal se anida
la fuerza avasallante del océano,
y la dulce ternura de un suspiro.
Quiero decir con un lenguaje nuevo
troquelado en la fragua de mi sentir más íntimo,
el tutelar respeto que me inspira
ese ser que comparte mi destino,
la Mujer abnegada que perpetuó mis sueños
con el glorioso fruto de los hijos.
La Mujer que a mi lado participa
triunfos y sinsabores, pesares y suspiros,
y en todos estos años, a mi vera
se convirtió en baluarte por su ejemplar cariño.
Y es que toda mujer lleva en el alma
el designio sagrado de ser perpetuadora de la vida,
y ayer, hoy y mañana danzan a un tiempo mismo
al amparo de miles de alboradas
instintos maternales
que aletean en su espíritu.
Ayer, canana al pecho acompañaste
al “juan”, que Dios te señaló marido,
y a un tiempo fuiste: enfermera, hermana,
maestra, amiga, y madre de sus hijos,
y creciste al fragor de los combates
sin importarte penas, ni peligros.
Después en la parcela
con tu “juan”, trasformado en campesino,
manos callosas de mujer mestiza
aquel erial lo hicieron verde trigo,
y ambos, hombre y mujer lucharon con la hacienda
hasta lograr el parto del Ejido.
Hoy, al lado del hombre vas trazando caminos
y labras el mañana forjándote un destino,
teniendo que bregar contra injusticias
y con la incomprensión -que es negro abismo-
porque habemos pigmeos
que no queremos aceptar tu brillo.
Eres Mujer, la pródiga parcela
donde la Patria forjará a sus hijos,
la fragua y el crisol, donde los pueblos
modelan su destino…
y siendo ayer, eres también mañana,
porque ahora en tu vientre late un niño
que habrá de transformar el universo
cuando sea hombre, y el sudor bendito
moje su noble frente
en la fatiga diaria de su oficio.
Tu abnegación Mujer, raya en lo estoico
y por ello también en lo divino,
tu tierno corazón se vuelve roca
ya que no lo confunde ni el suplicio,
y tu espíritu férreo está templado
pues sabes bien que Dios mora contigo.
Mujer: que el cielo premie tus afanes,
yo tomo la palabra
por los poetas todos que comparten mi oficio,
y ayer, hoy y mañana,
en todos los idiomas,
desde el fondo del alma te bendigo.
Octavio Campa Bonilla
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