Deja provincia que pinte
tu rostro con acuarela,
tu perfil de bronce y barro,
cuya bizarra grandeza
desciende directamente
de indómita estirpe Azteca.
Quiero plasmar en un lienzo
tu esplendor y tu belleza,
tu cuerpo juncal y esbelto
con cintura de palmera,
que se cimbra con la brisa
cual voluptuosa costeña.
Quiero rimar con el verde
que sube y baja laderas
y que se ciñe a tu talle
como enagua gigantesca,
porque verde es la esperanza,
verde es el campo y las siembras,
y verde de libertades
el grito que prorrumpiera
en Dolores, Guanajuato,
aquel cura de voz recia…
¡Voz de viento y de campana
que hizo añicos las cadenas!
Blanco, sin sombra de nada,
todo candor e inocencia
como el alma de los niños
que forman la patria nueva
así quiero mi romance,
con palidez de azucena.
Blanco, puro y cristalino,
como el rocío que en las siembra
reluce como diamantes
sobre mil bocas sedientas,
como el alma provinciana
de gente sencilla y buena,
y como inmenso sudario,
que una novia se asemeja
camino de los altares
en la grupa de la sierra.
Rojo, con los resplandores
del sol, que quema la tierra,
espíritu pasionario
de inmutable Zapoteca,
que en Loreto y Guadalupe
hizo rodar la soberbia,
de rancio y torpe linaje
que sojuzgarnos quisiera.
Rojo, como sol de mayo,
como granada sangrienta,
como lámpara votiva
cuya llama se hace hoguera,
y enciende los corazones
contra Victoriano Huerta.
Rojo, como los claveles
con que se empapó la tierra,
de sangre de los caudillos
en Parral y Chinameca.
Provincia que eres arrullo,
que eres requiebro y cadencia,
eres punto de partida
y al mismo tiempo eres meta.
Por donde vayan los ojos
ahí estará tu presencia:
en tibios amaneceres
cuando el sol salta la sierra,
y galán apasionado
besa amoroso la arena…
Besos, que el celoso océano
borra con furia sedienta.
Te encuentras en el crepúsculo
donde la luz parpadea,
porque la dama enlutada
ya teje su capa negra,
y van cayendo las sombras
cual gasas de tul y seda.
Eres caudaloso río
y arroyito de agua fresca,
eres piélago imbatible
y laguna mansa y quieta,
eres, do todo termina
y donde todo comienza.
Te he mirado los domingos
vestirte para la feria
con la enagua almidonada
con que se visten tus hembras,
con una blusa floreada
bordada de lentejuelas,
y un rebozo de bolita
que de los hombros te cuelga.
He visto los moños rojos
con que rematas tus trenzas
que huelen a: nomeolvides,
jazmines y madreselvas,
y he suspirado muy hondo,
al ver tu figura esbelta
en los lomos relucientes
de una potranca serrera.
Provincia, tu geografía
dibujada con firmeza,
es bajo y alto relieve
trazado por mano diestra.
Es contraste la esmeralda
con que cubres tus praderas,
y el zafiro del océano
que porfiado va y regresa,
el brillante con que el risco
corona su aguja enhiesta,
el rubí de tus barreales,
de tu cielo la turquesa,
y el ópalo de la tarde
que sigilosa se aleja.
Tu folklore, como tu historia
se pierden en la leyenda:
en Saltillo, eres zarape,
silla charra, en zacatecas,
en Santa María, rebozo,
en Celaya, eres cajeta,
eres guitarra e Paracho,
charanda eres en Morelia,
tequila en Guadalajara,
en Tlaquepaque, cazuela,
tabaco en Santiago Ixcuintla,
rico mole eres en Puebla,
en Oaxaca, mezcal de olla,
y vainilla papantleca…
Eres en fin, el resumen
del folklore, que es nuestra herencia.
¡Oh! Provincia de mi patria,
quiero recorrer tu tierra,
quiero brotar en tus campos
como fértil sementera,
y confundirme en tu barro
para sentir tu presencia.
Todo México es provincia,
provincia es toda tu tierra,
naciste en Tenochtitlán
la cuna de los Aztecas,
tu bautizo fue en Dolores,
tu confirmación en Puebla,
y comulgaste en Chihuahua
a las faldas de su sierra,
con hostias de bronce y plomo
de máusser … y treinta-treinta.
Octavio Campa Bonilla
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