por: Octavio Campa Bonilla.
Ayer hicieron veinte años
de que un muro de silencio
pusimos a nuestras vidas,
y esperanzas, y proyectos,
hubieron de marchitarse
como hojas que arrastra el viento.
Veinte años, una existencia,
toda una vida en suspenso,
fue tu orgullo y mi soberbia,
fueron mi amor y tu miedo,
mi maldita intransigencia
y tus estúpidos celos,
motivos más que sobrados
para acabar con lo nuestro.
Al año de la ruptura,
en desesperado intento
de olvidar nuestras desdichas,
por impulso, sin quererlo,
con verdaderos extraños
unimos nuestros afectos,
tú, tal vez por inconsciencia,
yo, por insano despecho,
queriendo como un iluso
arrancarte del cerebro.
Cada quién por su camino
y ambos por rumbos opuestos
sofocamos el amor,
aquel hondo sentimiento
que con tantas ilusiones
albergaran nuestros pechos.
Ayer hicieron veinte años,
y este terrible secreto
que me oprime el corazón
como lápida de muerto,
esta obsesión que guardé
cual miserable usurero,
abandonando las sombras
rompe el muro del silencio,
buscando expiar viejas culpas
de este corazón soberbio.
No se si a ti te suceda,
Pero yo estoy muy enfermo…
estoy enfermo de hastío,
de melancolía, de miedo,
estoy enfermo de angustia,
de pesares, de recuerdos,
de continuos sobresaltos
que me robaron el sueño,
y me tienen en el borde
de un precipicio muy negro.
Nadie sospecha siquiera
la doble vida que llevo,
saben mi gris existencia
con días sosos y serenos
y conocen la rutina
de mis horas de sosiego,
mas no imaginan siquiera
de penumbra, los momentos,
mis ratos meditabundos,
el espacio que reservo
como esos viejos baúles
de doble compartimiento
Mi mal, por así llamarlo,
no puede curarlo un médico
ya que debe sus orígenes
a tanto guardar silencio…
por que es menester que sepas
que yo te sigo queriendo
con más ímpetu que entonces,
aunque ahora mi secreto
sólo lo sepan: el mar,
el sol, la luna y el viento,
los árboles, las estrellas,
y mi loco pensamiento.
Eres aun la razón
por la que sigo viviendo,
dueña y señora absoluta
de todos mis pensamientos
presides largos insomnios
en los que finjo que duermo,
y cada fin de semana,
con diferente pretexto
abandono la rutina
para adorar tu recuerdo.
Cada año, por estas fechas
releo los viejos versos
con los que unidos vibramos
en romántico embeleso,
recorro de nueva cuenta
los sitios que eran tan nuestros:
el parque, la banca aquella,
el atrio, el añoso cedro
en cuyo tronco grabamos
nuestro nombres en secreto.
Todos los aniversarios
el mutismo es mi elemento,
solos yo y la soledad,
palabra que no tiene eco,
rito anual en que con ansia
mis fantasmas desentierro
para volver a vivir
la gloria de instantes muertos,
en un acto masoquista
donde me sabe el tormento.
Ayer hicieron veinte años
de que en un arranque necio
nos regresamos las cosas,
inapreciables objetos
testimonios de un amor
que dijimos sería eterno.
Yo te devolví tus cartas,
un arete, dos pañuelos,
un osito de peluche,
un libro, un mechón de pelo,
una pluma, un abrelatas,
y algo mas que no recuerdo.
Tu en cambio me regresaste
la sortija, el guardapelo,
dos muñecas, la polvera,
un retrato, un cenicero,
unos discos, unas cartas,
y un gran manojo de versos.
Bendita la necedad
que nos hizo devolvernos
todas estas bagatelas
que desde entonces venero
como reliquias, y guardo
en absoluto secreto.
Veinte años con la obsesión
y apenas hoy lo confieso,
mi amor, lo mismo que el vino
que madura con el tiempo,
con el paso de los años
tiene el sabor de lo añejo.
Pero a pesar de la fuerza
con que te sigo queriendo
mi amor raya en lo sublime,
porque renunció hace tiempo
a convertir en innoble
la idialidad de su sueño.
Sin embargo era preciso
que supieras mi secreto:
mi gloria ha sido quererte,
el no tenerte mi infierno,
mi pecado fue el amor,
muy alto ha sido su precio…
ayer hicieron veinte años,
y aun te sigo queriendo.
Octavio Campa Bonilla
Abril de 1984
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