I
Cuando perdí a mi madre, una vecina
piadosa y diligente a mi quebranto,
me dijo: llora, porque lava el llanto
la pena, que al espíritu asesina.
La flor vendrá en seguida de la espina
y ese dolor al que hoy te aferras tanto
será resignación, de nuevo el canto
vendrá a tu corazón, que ahora está en ruinas.
Repite el nombre de tu madre santa
cuando te sientas sólo e inseguro
con un tremendo nudo en la garganta.
Cuando te doble ese dolor impuro
recurre a Dios, sus alabanzas canta,
y él te consolará, te lo aseguro.
II
Al mencionar tu nombre que es sagrado
vibró con el vocablo el universo
y desde el cielo, Dios musitó un verso
que brotó de la herida en su costado.
Fue tanto tu dolor, dolor callado,
que en el arcano, de piedad inmerso,
Dios bendijo tu amor, tu fe, tu esfuerzo
y te ofreció un sitial junto a su lado.
Al mencionar tu nombre, Madre mía,
mi aflicción por tu ausencia se evapora
convirtiendo mi pena, en alegría.
Se volvió el corazón ave canora
que silbó una exquisita melodía
más luminosa que la misma aurora.
III
La mención de tu nombre trajo a mi alma
una paz que jamás había sentido,
ese dolor que tanto me ha dolido
cesó de pronto y recobré la calma.
Decir tu nombre, bálsamo que ensalma,
fue recobrar la luz que había perdido,
y al elevar mi espíritu vencido,
restañé las heridas en el alma.
Tu recuerdo será el mayor consuelo
que me hará superar mis tardes grises
pues hacerme feliz era tu anhelo.
Y aunque duelen aún las cicatrices,
sé que estás junto a Dios allá en el cielo
y desde el firmamento me bendices.
Octavio Campa Bonilla
Foto: Piedad invertida o Madre muerta de la artista Marina Vargas, CAAM 2011
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