Para mis cuatro hermanos que han abandonado el tránsito terrenal.
Cuatro de mis hermanos se han marchado
de este plano terreno,
el primero de a bordo,
el patriarca de los Campa Bonilla,
el hijo primogénito,
el que portara el nombre de mi padre
pues se llamaba Arturo
como el rey legendario del medievo.
Arturo fue el primero de mis héroes,
porque cuando pequeño
admiraba su fuerza, su destreza,
tus músculos de acero,
deseaba ser como él, porque miraba
que a nada tenía miedo.
Fue en mis días de naufragio
tabla de salvamento;
cuando la vida me cobró reveses,
contraje con Arturo, con su esposa
y con los Almaral, deuda tan grande
que ni los intereses he cubierto.
Cuando emprendió su viaje sin retorno
ya no era el hombre recio,
su rugido de león se volvió trino,
su alma se volvió luz
y fue una estrella más del universo.
Antonio, mi otro hermano,
espíritu bohemio,
encantador de fieras,
de rostro patriarcal, con más salero
que un gitano que baila en el tablado,
porque traía en el pecho
un murmullo de voces cantarinas,
que va lanzando al viento
requiebros y matices
que se vuelven concierto.
Un día su voz calló, y aquella llama,
aquel intenso fuego,
se fue apagando y se volvió rescoldo,
su espíritu liberto
rompió las ataduras y mi Tony Tijuana
nos dijo adiós y abandonó su cuerpo,
volando por el éter
declamando mis versos.
Mi hermana que ha partido
se llamaba Loreto,
tenía el nombre sonoro de la madre
del autor de mis días;
nacida en San Ignacio, un noble pueblo
del sur de Sinaloa
de muy gratos recuerdos.
Loreto era un motor infatigable
con más trajín que el viento,
su solidaridad fue tan inmensa
que no me alcanza un verso,
ni siquiera un poema
para abarcar el generoso aliento
que derrochó en la vida
sin buscar recompensa a sus empeños.
Fue generosa a ultranza,
tenía un carácter fuerte,
pero era al mismo tiempo
manantial de ternura y de cariño;
era un perol hirviendo,
pero cuando alguien requería de ayuda
ella estaba dispuesta en cualquier tiempo.
Que dolorosa fue la despedida
de mi hermana Loreto,
que como en: “la caída de las hojas
murió como una nota de salterio”;
la soledad se le volvió infinita
y como ánima en pena
se envolvió en el silencio.
Mi otro héroe fue Juan,
era el Bautista nuestro,
que entendió desde niño
las misteriosas claves del comercio;
era sagaz para la compraventa:
de frutos, de semillas,
de legumbres y objetos
que, al pasar por sus manos,
en cuestión de momentos
entraban en el flujo del mercado
generando dinero.
Yo lo vi hacer negocios como adulto
cuando era niño, pero con talento
lo miré haciendo tratos,
y aunque los tratos eran callejeros
cubrió siempre sus deudas y palabra
por lo que consiguió con extraños y propios
amistad y respeto.
Juan tenía otra faceta:
un día lo descubrí escribiendo versos…
Para seguir sus pasos
decidí entonces que sería poeta,
daría abrigo a los sueños
que poblaban mi mente,
no obstante que mi padre se mostraba rejego
con el oficio que desde la infancia
me impuse como empeño.
Se nace con el alma de poeta
y seguir esa ruta es privilegio.
Tres aficiones cultivó en la vida:
la cocina, la charla y el comercio,
y en cada una de esas aficiones
Juan Bautista fue intenso.
Los grandes almacenes de la frontera Norte
recordarán su comercial talento,
amigos y parientes nos darán testimonio
de sus conversaciones
plagadas de gracejos,
y quienes degustamos de sus guisos
coincidimos que Juan
era un chef estupendo.
A pesar de su apego por la vida
no quiso el corazón seguir latiendo,
y aquel roble gigante,
aquel árbol inmenso
traspuso los umbrales de la vida
para surcar la ruta del misterio.
Cuatro de mis hermanos han partido…
Juan era el más pequeño,
con Arturo y Antonio inicia el viaje,
luego siguió Loreto
y ahora Juan Bautista…
Mis cuatro hermanos se volvieron rezos.
El luto terrenal, cosa de humanos
es ventura y es dicha allá en el cielo,
porque aquí lamentamos su partida,
en tanto que el espíritu de padres y de abuelos
celebran jubilosos
la dicha de el reencuentro.
Octavio Campa Bonilla
Fotografía de portada: Cristo en la montaña, acrílico de Guillermo Campa
Fotografía interior: archivo del autor.
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