Un cómputo muy cerrado.
La votación había sido copiosa, y los bandos se mostraban muy parejos al final de la elección. Competían por el Solio de Soberana de las Fiestas de Carnaval, las hermosas sanignacenses: Vico Morín y Ofelia Carranza.
Los comités de propaganda de las dos candidatos habían convertido la región en un pandemónium y la efervescencia provocó que, en más de alguna vez, los ánimos se caldearan y partidarios de una y otra casi llegaran a las manos.
Los de San Ignacio se dividieron y no empujaron parejo en el último tirón. Por su parte los de San Javier demostraron ser de una pieza para salir adelante de cuantas empresas realizaran, la unidad y el coraje de los sanjavierences fue el peso que terminó por inclinar la balanza en favor de ellos.
La contienda inició el doce de octubre y concluyó la última semana de enero. Quince semanas de intensa campaña en la que hubo de todo, rifas, kermeses, bailes, loterías, colectas, serenatas, convites, jaripeos, en fin: circo, maroma y teatro, sin faltar una que otra pelea clandestina de gallos, en el corral de algún aventado.
Fueron catorce cómputos que se efectuaron todos los domingos a las nueve de la noche en la plazuela; en los que no hubo un claro dominio de ninguna, ya que, si en una semana ligeramente dominaba alguna de ellas, en la votación siguiente se emparejaban, o aventajaba la otra con escaso margen.
Tres cómputos se celebraron la noche de la elección. Los cómputos parciales se realizaron a las ocho y a las ocho y media, y el cómputo final a las nueve de la noche. En los primeros, las cosas siguieron más o menos por el mismo rumbo, pero en el último el entusiasmo se puso al rojo vivo. Parecía que todo San Javier se hubiera vaciado para trasladarse a San Ignacio a apoyar a su candidato.
La muchedumbre subió por la calle del parque con carteles y pancartas. Venía presidida por una música de viento que tocaba alegremente, mientras hombres y mujeres se desplazaban al ritmo de la melodía. Torcieron por la iglesia y enfilaron hacia la plaza, lanzando gritos y porras al llegar. Luego cuatro muchachos se distribuyeron en diversos puntos de la plazuela y a una señal, atronaron el cielo con sendos cuetes que con ronco retumbar se sumaron a la algarabía general.
Cinco minutos antes de las nueve de la noche de un comando bajaron dos latas alcoholeras repletas de morralla y las depositaban en favor de su candidato. La moneda estaba en el aire, solo hacía falta el recuento de los votos.
El cómputo se alargó más allá de la media noche y la expectación conforme el tiempo avanzaba, subía y subía, y los partidarios no dejaban de alentar con sus ya desafinadas gargantas a sus respectivas candidatos, con el beneplácito de la música de los de San Javier que habían sido contratados por una hora y cuyo contrato se tuvo que alargar por la entretenida del cómputo.
Un grito desaforado se levantó por encima del ruido imperante, provocando la conmoción de la concurrencia.
¡¡Ganó Ofelia!! ¡¡Ganó Ofelia!!
Aquello fue un mare magnum. Risas, abrazos, aplausos, gritos e incluso lágrimas, se entremezclaron y la multitud ruidosa se marchó por la calle de en medio a la “Nanchi”, y luego enfiló a La Mesa, donde la celebración se prolongó hasta la madrugada.
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