Autor: ONDAcultural

  • Dos poemas de Octavio Paz

    Dos poemas de Octavio Paz

    Elegía Interrumpida

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
    Al primer muerto nunca lo olvidamos,
    aunque muera de rayo, tan aprisa
    que no alcance la cama ni los óleos.
    Oigo el bastón que duda en un peldaño,
    el cuerpo que se afianza en un suspiro,
    la puerta que se abre, el muerto que entra.
    De una puerta a morir hay poco espacio
    y apenas queda tiempo de sentarse,
    alzar la cara, ver la hora
    y enterarse: las ocho y cuarto.

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
    La que murió noche tras noche
    y era una larga despedida,
    un tren que nunca parte, su agonía.
    Codicia de la boca
    al hilo de un suspiro suspendida,
    ojos que no se cierran y hacen señas
    y vagan de la lámpara a mis ojos,
    fija mirada que se abraza a otra,
    ajena, que se asfixia en el abrazo
    y al fin se escapa y ve desde la orilla
    cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
    y no encuentra unos ojos a que asirse…
    ¿Y me invitó a morir esa mirada?
    Quizá morimos sólo porque nadie
    quiere morirse con nosotros, nadie
    quiere mirarnos a los ojos.

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
    Al que se fue por unas horas
    y nadie sabe en qué silencio entró.
    De sobremesa, cada noche,
    la pausa sin color que da al vacío
    o la frase sin fin que cuelga a medias
    del hilo de la araña del silencio
    abren un corredor para el que vuelve:
    suenan sus pasos, sube, se detiene…
    Y alguien entre nosotros se levanta
    y cierra bien la puerta.
    Pero él, allá del otro lado, insiste.
    Acecha en cada hueco, en los repliegues,
    vaga entre los bostezos, las afueras.
    Aunque cerremos puertas, él insiste.

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
    Rostros perdidos en mi frente, rostros
    sin ojos, ojos fijos, vaciados,
    ¿busco en ellos acaso mi secreto,
    el dios de sangre que mi sangre mueve,
    el dios de yelo, el dios que me devora?
    Su silencio es espejo de mi vida,
    en mi vida su muerte se prolonga:
    soy el error final de sus errores.

    Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
    El pensamiento disipado, el acto
    disipado, los nombres esparcidos
    (lagunas, zonas nulas, hoyos
    que escarba terca la memoria),
    la dispersión de los encuentros,
    el yo, su guiño abstracto, compartido
    siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
    el deseo y sus máscaras, la víbora
    enterrada, las lentas erosiones,
    la espera, el miedo, el acto
    y su reverso: en mí se obstinan,
    piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
    beber el agua que les fue negada.

    Pero no hay agua ya, todo está seco,
    no sabe el pan, la fruta amarga,
    amor domesticado, masticado,
    en jaulas de barrotes invisibles
    mono onanista y perra amaestrada,
    lo que devoras te devora,
    tu víctima también es tu verdugo.
    Montón de días muertos, arrugados
    periódicos, y noches descorchadas
    y en el amanecer de párpados hinchados
    el gesto con que deshacemos
    el nudo corredizo, la corbata,
    y ya apagan las luces en la calle
    ?saluda al sol, araña, no seas rencorosa?
    y más muertos que vivos entramos en la cama.

    Es un desierto circular el mundo,
    el cielo está cerrado y el infierno vacío.

    Octavio Paz

    529380_445034305579447_328274725_n(REDACCIÓN)

     

  • Biografía: Héctor Gamboa

    Biografía: Héctor Gamboa

     

    Héctor Gamboa Quintero, fue un abogado y escritor nayarita. (Acaponeta, Nayarit, 1934 – Tepic, Nayarit, 22 de octubre de 2010).

    Las leyes y la literatura fueron los campos en los que se desarrolló, con un éxito nada gratuito. Se tituló como Licenciado en Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México en 1959 y en esa área cursó estudios de administración, cooperativismo y en materia de amparo en la Escuela Libre de Derecho.

    A partir de 1963 desempeñó muchos cargos administrativos. Fue Juez de Primera Instancia en su Acaponeta natal, apoderado de la Cooperativa de Pescadores, director de un programa económico-social en la Sierra Tarahumara, jefe de asesores, subdirector de autoridades ejidales y representante de la Secretaría de la Reforma Agraria, director jurídico en la CONASUPO y en Servicios Ejidales, S.A., director fiduciario en los bancos Longoria, Crédito Mexicano y del Jurídico de Industrial de Abastos, representante del Gobierno del Estado de Nayarit y director del Colegio de Abogados, ambos en la Ciudad de México, profesor de Filosofía, Sociología y Ética en la Universidad Autónoma de Nayarit, en Acaponeta, y presidente de la Sociedad General de Escritores Mexicanos, entre otros cargos.

    En el campo literario Héctor Gamboa Quintero tiene publicado:

    El fideicomiso mexicano (1977)
    El pícaro refrán (1981)
    Ocho fábulas criminales (1981)
    Así fue (1984)
    Picafranes sonámbulos (1985)
    Antología de literatos suicidas (1985)
    La mosca (1989)
    Breve historia de Licaon, hombre lobo poeta (1994)
    Donde el frijol se enreda a la caña (1998)
    Redes (1999), El regreso (1999)
    Hotel Durero (2001)
    Va de nuez (2002)
    Las malas costumbres (2002),
    Escritores suicidas (2002)
    Confesiones de un ladrón (2003)
    La Nao de Noé (2005)
    Yo, Aztlán (2007)

    Murió en la Ciudad de Tepic, Nayarit el día 22 de octubre de 2010 y fue enterrado con honores en su pueblo Natal Acaponeta, en el Estado de Nayarit. Pocas horas después de su deceso, murió también su paisano y entrañable amigo el poeta y editor Alí Chumacero.


    Fotografía de portada: Mary Castro.

     

  • Millonario apoyo a la cultura

    Millonario apoyo a la cultura

    El Gobierno Federal asigna más de 110 millones para Cultura en Nayarit.

    Con la finalidad de rehabilitar la ex Fábrica Textil de Bellavista, que albergará el Centro Cultural Estatal para el Desarrollo de las Artes Escénicas, y realizar otros proyectos culturales en el estado, se firmó un convenio entre el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) y el gobierno de Nayarit.

    El acuerdo, suscrito en la antigua factoría, prevé la entrega de 25 millones de pesos –para la creación de ese recinto cultural– al Consejo Estatal para la Cultura y las Artes nayarita.

    Asimismo, se destinarán más de 32 millones de pesos para iniciativas culturales como el Festival Cultural Amado Nervo 2014 (8 millones de pesos) y Nervo Niños (3.7 millones de pesos), encaminados a brindar opciones artísticas a la población infantil.

    Rafael Tovar y de Teresa, titular del CONACULTA, informó que también recibirán recursos federales la Escuela de Educación Musical de Nayarit (10 millones de pesos) y el Bachillerato en Artes y Humanidades de Santa María del Oro (3 millones de pesos), cuyas nuevas instalaciones fueron inauguradas.

    Acompañado por Roberto Sandoval Castañeda, gobernador de Nayarit, el funcionario federal agregó que el remozamiento se beneficia del Programa de Apoyo a la Infraestructura Cultural de los Estados (Paice Estratégico), cuyos recursos suman los más de 110 millones de pesos que el gobierno federal ha asignado para desarrollar de manera conjunta la actividad cultural en Nayarit.

    Vocación cultural de ex textilera

    Tovar y de Teresa destacó que la ex fábrica textil, ubicada en Tepic y que data de 1841, es parte esencial de la cultura nayarita y ahora, con el proyectado centro de formación se mantiene esa vocación original de ser un espacio para la cultura en el estado.

    Nayarit posee una cultura rica y variada gracias a la plasticidad de sus paisajes y las raíces de sus pobladores, que ha producido un semillero de creatividad y energía; es la tierra de grandes poetas, como Amado Nervo y Alí Chumacero o de personajes esenciales para México, como Antonio Rivas Mercado, expresó Tovar


     Tomado de: La Jornada

  • Biografía: Amado Nervo

    Biografía: Amado Nervo

    Autobiografía

    ¿Versos autobiográficos? Ahí están mis canciones,
    allí están mis poemas: yo, como las naciones
    venturosas, y a ejemplo de la mujer honrada,
    no tengo historia: nunca me ha sucedido nada,
    ¡oh, noble amiga ignota!, que pudiera contarte.
    Allá en mis años mozos adiviné del Arte

    la armonía y el ritmo, caros al musageta,
    y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta.
    -¿Y después?
    -He sufrido, como todos, y he amado.

    ¿Mucho?

    -Lo suficiente para ser perdonado…

     

    Amado Nervo nació en Tepic, Nayarit, el 27 de agosto de 1870.

    Sus padres, Amado Nervo Maldonado y Juana Ordaz Núñez, descendían de españoles asentados en el Puerto de San Blas desde el siglo XVIII. Nervo tuvo seis hermanos y dos hermanas adoptivas.

    Su padre atendía un almacén llamado “El puente de San Francisco”; murió cuando Nervo tenía 13 años. Ante ese suceso, el adolescente fue enviado a estudiar a un Colegio de Padres Romanos en Jacona, Michoacán y, posteriormente, al prestigioso seminario de Zamora donde realizó los estudios preparatorios. Allí recibió lecciones de matemáticas, física, y lógica, interesándose por la ciencia y la filosofía, además de una sólida formación literaria y humanística que luego sería evidente en su obra.

    A los 29 años Nervo comenzó sus estudios de derecho natural pero la escuela de Leyes cerró sus puertas al año siguiente. Por ese tiempo, se enamoró de una jovencita de 14 años y escribió escribió efusivas cartas y poemas a este amor imposible.

    Los problemas económicos de la familia obligaron a Nervo a regresar a Tepic, de donde luego partió a Mazatlán. Allí se instaló entre 1892 y 1894 para trabajar como periodista en El correo de la tarde, donde colaboró con traducciones del inglés y el francés, escribió crónicas, redactó reportajes, pergueñó reseñas de eventos y editoriales.

    Posteriormente, Nervo se trasladó a la ciudad de México, donde colaboró en periódicos capitalinos como El Universal, y El Mundo. Allí conoció a los escritores Rafael Urbina, José Juan Tablada y Manuel Gutiérrez Nájera, quien lo invitó a colaborar en la Revista Azul. Por esos años Nervo va ganando fama y reconocimiento como escritor, con la publicación de su novela El bachiller (1895) y sus poemarios Perlas negras (1896) y Mística (1898).

    En 1900 el periódico El imparcial envió a Nervo como corresponsal a la Exposición Internacional de París, una ciudad que idolatraría:

    ¡París!
    Se escuchan lejanas orquestas
    Que tienen no sé qué virtud
    El bosque es un nido de fiestas…
    ¡Oh, mi juventud![…]

    En ese año el joven Nervo estableció relación con con poetas mayores y consagrados como Leopoldo Lugones, Oscar Wilde y Rubén Darío; también recorrió varios países europeos. Al año siguiente El Imparcial le quitó el apoyo, pero él decidió permanecer en París llevando una vida bohemia y,para ganarse la vida, colaboró en publicaciones mexicanas y se dedicó a traducir libros.

    Nervo conoció en esa época a la mujer que sería el gran amor en su vida, Ana Cecilia Luisa Dailliez.

    En 1903 Nervo regresó a México, y Ana se reunió con él tiempo después. Gracias a las gestiones de Justo Sierra, Nervo comenzó a trabajar como profesor de la Escuela Preparatoria y como Inspector en el Ministerio de Instrucción Pública, al mismo tiempo, sin dejar de colaborar en periódicos y revistas y alimentando su fama como poeta y su renombre como prosista y observador ingenioso.

    En 1904 dirigió, junto con Jesús E. Valenzuela, la Revista Moderna, publicación que popularizó la poesía post-romántica y dio a conocer los poemarios de Nervo El éxodo y las flores del camino y Lira heróica.

    Nervo se iniciará en la diplomacia en 1905, luego de aprobar el examen para ingresar a la carrera diplomática. Primero fue nombrado Segundo Secretario de la Legación de México en España y en 1906 fue ascendido a Primer Secretario de la Legación de México en España, donde duró 13años de actividad diplomática sin renunciar a la literatura y al periodismo. Colaboró constantemente en periódicos como La Nación de Buenos Aires y El Fígaro de la Habana, también realizó antologías (Lecturas Mexicanas, Lecturas literarias) y difundió la obra literaria de Juana de Asbaje (1910) La obra de Nervo sufre un vuelco, alimentado por la apasionada memoria de su esposa Ana Cecilia, La dama inmóvil, que muere el 7 de enero de 1912 a causa de la fiebre tifoidea.
    Los grandes poemas de Serenidad (1912) y Elevación (1916) serán un modo de evocarla.

    Al morir Ana Cecilia, Nervo se quedó al cuidado de la hija, Margarita Dailliez.

    En 1914 la difícil situación de México, a causa de la Revolución, provoca el cese de Nervo en su puesto y éste, sin salir de Madrid, siguió colaborando en varios periódicos. Posteriormente, en 1916, gracias a sus amigos Isidro Fabela y Juan Sánchez Azcona, Nervo se reinstala en el servicio exterior colaborando como Primer Secretario en Madrid.
    Nervo vuelve a México en 1918. El gobierno constitucionalista del presidente Carranza lo nombra enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Argentina, Uruguay y Paraguay. A partir de ese momento comienza una oleada de popularidad del poeta, reflejada en la abundancia de entrevistas, recitales y actos en su honor tanto en Latinoamérica como en Estados Unidos. Ese año publica el poemario Plenitud. Durante este tiempo, Nervo es un vocero del constitucionalismo revolucionario y cree con ardor en la poesía:

    “Encontré en mi patria un particular entusiasmo con todo lo que se relaciona con las letras… La Revolución parece que ha influido singularmente en las almas, pues ahora se lee mucho más que antes”.

    Hacia 1919 Nervo enferma gravemente de endoenteritis y nefritis crónica y muere el 24 de mayo en Montevideo, a los 48 años.

    El 10 de noviembre llegan sus restos a Veracruz y cuatro días después son sepultados en la Rotonda de los Hombres Ilustres de la ciudad de México.

    Se publican póstumamente sus libros El estanque de los lotos, El arquero divino y La amada inmóvil.

  • Biografía de: Rufino Tamayo

    Biografía de: Rufino Tamayo

    Nace en Tlaxiaco, Oaxaca un 25 de agosto de 1899, y muere el 24 de junio de 1991 en la Ciudad de México.

    Pintor mexicano. Figura capital en el panorama de la pintura mexicana del siglo XX, Rufino Tamayo fue uno de los primeros artistas latinoamericanos que, junto con los representantes del conocido “grupo de los tres” (Rivera, Siqueiros y Orozco), alcanzó un relieve y una difusión auténticamente internacionales. Como ellos, participó en el importante movimiento muralista que floreció en el período comprendido entre las dos guerras mundiales. Sus obras, sin embargo, por su voluntad creadora y sus características, tienen una dimensión distinta y se distinguen claramente de las del mencionado grupo y sus epígonos.

    Coincidiendo en sus aspiraciones con el quehacer del brasileño Cándido Portinari, el trabajo de Rufino Tamayo se caracteriza por su voluntad de integrar plásticamente, en sus obras, la herencia precolombina autóctona, la experimentación y las innovadoras tendencias plásticas que revolucionaban los ambientes artísticos europeos a comienzos de siglo. Esta actividad sincrética, esa atención a los movimientos y teorías artísticas del otro lado del Atlántico lo distinguen, precisamente, del núcleo fundamental de los “muralistas”, cuya preocupación central era mantener una absoluta independencia estética respecto a los parámetros europeos y beber sólo en las fuentes de una pretendida herencia pictórica precolombina, resueltamente indigenista.

    También desde el punto de vista teórico tiene Tamayo una personalidad distinta, pues no suscribió el radical compromiso político que sustentaba las Imaginación. Rufino Tamayoproducciones de los muralistas citados y prestó mayor atención a las calidades pictóricas. Es decir, aunque por la monumentalidad de su trabajo y las dimensiones y función de sus obras podría incorporarse al movimiento mural mexicano, diverge, no obstante, por su independencia de los planteamientos ideológicos y revolucionarios, y por una voluntad estética que desarrolla el tema indio con un estilo más formal y abstracto.

    Nacido en Oaxaca, en el Estado del mismo nombre, hijo de indígenas zapotecas y, tal vez por ello, sin necesidad de reivindicar ideológicamente una herencia artística indígena que le era absolutamente natural, Rufino Tamayo fue un pintor de fecunda y larga vida, pues murió a la provecta edad de noventa y tres años, en Ciudad de México, en 1991.

    Su vocación artística y su inclinación por el dibujo se manifestaron muy pronto en el joven y su familia nunca pretendió contrariar aquellas tendencias, como era casi de rigor entre los jóvenes mexicanos que pretendían dedicarse a las artes plásticas.

    El pintor inició su formación profesional y académica ingresando, cuando sólo contaba dieciséis años, en la Academia de Bellas Artes de San Carlos. Pero su temperamento rebelde y sus dificultades para aceptar la férrea disciplina que exigía aquella institución le Rufino Tamayoimpulsaron a abandonar enseguida aquellos estudios y, a finales de aquel mismo año, dejó las aulas y se lanzó a una andadura que lo llevaría al estudio de los modelos del arte popular mexicano y a recorrer todos los caminos del arte contemporáneo, sin temor a que ello pudiera significarle una pérdida de autenticidad.

    En 1926, en su primera exposición pública, se hicieron ya ostensibles algunas de las características de su obra y la evolución de su pensamiento artístico, puesta de relieve por el paso de un primitivismo de voluntad indigenista (patente en obras tan emblemáticas como su Autorretrato de 1931) a la influencia del constructivismo (evidente en sus cuadros posteriores, especialmente en Barquillo de fresa, pintado en el año 1938). Una evolución que había de llevarlo, también, a ciertos ensayos vinculados al surrealismo.

    Paralelamente, Tamayo desempeñó cargos administrativos y se entregó a una tarea didáctica. En 1921 consiguió la titularidad del Departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología de México, hecho que para algunos críticos fue decisivo en su toma de conciencia de las fuentes del arte mexicano. Gracias al éxito conseguido en aquella primer exposición de 1926, fue invitado a exponer sus obras en el Art Center de Nueva York. Más tarde, en 1928, ejerció como profesor en la Escuela Nacional de Bellas Artes y, en 1932, fue nombrado director del Departamento de Artes Plásticas de la Secretaría de Educación Pública.

    En 1938 recibió y aceptó una oferta para enseñar en la Dalton School of Art de Nueva York, ciudad en la que permanecería casi veinte años y que sería decisiva en el proceso artístico del pintor. Allí, en efecto, dio por concluido el período formativo de su vida y se fue desprendiendo lentamente de su interés por el arte europeo para iniciar una trayectoria artística marcada por la originalidad y por una exploración absolutamente personal del universo pictórico. En Nueva York se definió, también, su inconfundible lenguaje plástico, caracterizado por el rigor estético, la perfección de la técnica y una imaginación que transfigura los objetos, apoyándose en las formas de la cultura prehispánica y en el simbolismo del arte precolombino para dar libre curso a una poderosa inspiración poética que bebe en las fuentes de una lírica visionaria.

    Un año después de su nombramiento como director del Departamento de Artes Plásticas realizó su primer mural, trabajo que le había sido encargado por el Conservatorio Nacional de México y en el que se puso de manifiesto su ruptura con los presupuestos estéticos que habían informado, hasta entonces, las obras de los muralistas encabezados por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. En obra mural se percibe un voluntario rechazo a la grandilocuencia y un consciente alejamiento de los mensajes revolucionarios y de los planteamientos políticos esquemáticos que informaban las realizaciones del grupo, lo cual lo enfrentó con “los tres grandes”. No puede afirmarse, sin embargo, que su actitud fuera apolítica o reaccionaria, aunque muchas veces se le acusara de ello, pero no cabe duda, y no se abstuvo nunca de decirlo con claridad, que para él la llamada escuela mexicana de pintura mural estaba agotada y que había caído en plena decadencia tras el florecimiento de los años veinte.

    La propuesta mural de Tamayo tomaba caminos distintos, innovadores, que desdeñaban las formas más superficialmente populares, folclóricas casi, de la cultura de su país y, por sendas más elaboradas, buscaba la plasmación de sus raíces indígenas y de sus vínculos con la América prehispánica en equivalencias poéticas más sutiles. Aun durante su larga residencia en el extranjero, que se prolongó a lo largo de casi tres décadas, siguió visitando México para encargarse de los trabajos murales que se le encomendaban, muchas veces porque los representantes fresquistas los rechazaban o no podían abarcarlos.
    Animales, 1941. Rufino Tamayo

    La parte fundamental de su producción, sin embargo, se encauza a través de la pintura de caballete, en la que Tamayo es uno de los pocos artistas latinoamericanos que cultiva la naturaleza muerta (representando objetos, frutos exóticos y también figuras o personajes pintorescos) por medio de una transmutación formal, un elaborado simbolismo de indiscutibles raíces intelectuales y estética experimental que lo alejaron sin duda de la buscada popularidad, pero lo convirtieron en uno de los grandes artistas representativos de la pintura mexicana de la segunda mitad del siglo XX.

    Ya a los treinta y siete años, cuando viajó en calidad de delegado al Congreso Internacional de Artistas celebrado en Nueva York, recibió un primer homenaje que le valió, como se ha visto, el nombramiento como profesor de pintura en la Dalton School. Pero puede considerarse que su éxito internacional se consolida cuando, a principios de la década de los cincuenta, la Bienal de Venecia instaló una Sala Tamayo y obtuvo el Primer Premio de la Bienal de São Paulo (1953), junto al francés Alfred Mannesier.

    Se inicia entonces la época dorada en la vida y en la producción artística del pintor. Comienzan a llover los encargos y se lanza a la producción fresquista tanto en México, donde realiza su primer fresco del Palacio de Bellas Artes de la capital (1952), como en el extranjero, donde sus obras florecen en los ambientes y países más diversos. Pone en pie así, en Houston, Estados Unidos, el que es quizá su mural de mayor envergadura, titulado América (1956); antes, en 1953, había realizado el mural El Hombre para el Dallas Museum of Cine Arts; en 1957, y para la biblioteca de la Universidad de Puerto Rico, lleva a cabo su mural Prometeo y, un año después, en 1958, los ambientes artísticos y culturales europeos que tanto le habían influido en sus comienzos le rinden un cálido homenaje cuando realiza un monumental fresco para el Palacio de la UNESCO en París.

    Esta consagración internacional se ve avalada, también, por un largo rosario de galardones, reconocimientos y nombramientos a cargos de organismos artísticos del mundo entero. En 1961 es elegido para integrarse en la Academia de Artes y Letras de Estados Unidos; antes había recibido ya, en 1959, su nombramiento como Miembro Correspondiente de la Academia de Artes de Buenos Aires. Pero el galardón del que se sentiría más orgulloso es anterior a todos ellos: en 1957 había sido nombrado en Francia Caballero de la Legión de Honor, título que siempre consideró como un reconocimiento valiosísimo al proceder de un país que, para él, había sido la cuna del arte de vanguardia.

    En 1963 lleva a cabo dos murales para decorar el casco del paquebote Shalom: Israel Ayer e Israel Hoy. Era el resultado de sus amistosas (y controvertidas) relaciones con el Estado de Israel, al que apoyó en los difíciles momentos de su conflicto con los estados árabes a causa del problema palestino. Se explica así que varios museos israelíes, especialmente en Jerusalén y Tel-Aviv, posean numerosas muestras de su producción artística, aunque su obra se ha expuesto prácticamente en todo el mundo y sus creaciones forman hoy parte de las más importantes colecciones y museos internacionales. Los innumerables premios recibidos y las exposiciones individuales que realizó en Nueva York, San Francisco, Chicago, Cincinnati, Buenos Aires, Los Ángeles, Washington, Houston, Oslo, París, Zurich o Tokio dispararon su cotización artística, que en las décadas de los ochenta y noventa alcanzaría valores astronómicos en la bolsa del arte.

    Al iniciarse la década de los años sesenta, Rufino Tamayo regresó a su México natal. Su obra revelaba ya la madurez de un hombre que ha bebido de las más distintas fuentes estéticas e intelectuales, integrándolas en una personalidad artística profundamente original. Pese a considerarse a sí mismo “el eterno inconforme con lo que se ha pretendido que es la pintura mexicana”, no cabe duda de que Tamayo es un crisol en el que se América. Rufino Tamayoamalgaman las más vivas tradiciones de su país y las investigaciones estéticas en una síntesis superior de personalísimas características e innegable fuerza expresiva.

    Hombre de pocas palabras en su vida cotidiana (consideraba que el pintor debe manifestarse con sus pinceles y que la única razón de una obra es la propia obra), en la producción de Tamayo sorprende la exquisita disposición de los signos que junto a las superficies que comparten se disputan a veces la tela; hay en el volumen de su materia, lentamente forjada en capas superpuestas de color, paulatinamente elaboradas, un colorido peculiar, suntuoso, fruto de estudiadas y brillantes yuxtaposiciones; el poderoso fluir de sus orígenes étnicos, la fuerza mestiza que alienta en el arte de México, empapa su paleta con todas las calidades e intensidad de los azules nocturnos, la palidez de los malvas, el impacto violento de los púrpura, un espectro de naranjas, rosados, verdes, colores de las más primigenias civilizaciones que se concretan en símbolos irónicos o indescifrables, fascinantes para el profano, como los antiguos e inaccesibles jeroglíficos de los templos, como un ritual insólito y sobrecogedor. Todo cabe en su obra, desde la preocupación cósmica por el destino humano hasta la vida erótica.

    Su obra como muralista, ciclópea y hecha en el más puro «mexicanismo», culmina en el mural El Día y la Noche. Realizado en 1964 para el Museo Nacional de Antropología e Historia de México, simboliza la lucha entre el día (serpiente emplumada) y la noche (tigre). Ese mismo año recibió el Premio Nacional de Artes. Sus últimos trabajos monumentales datan de 1967 y 1968, cuando por encargo gubernamental realizó los frescos para los pabellones de México en la Exposición de Montreal y en la Feria Internacional de San Antonio (Texas). A partir de entonces, retirado casi, se dedicó Rufino Tamayode lleno a transmitir el saber acumulado en su larga e intensa vida artística.

    Pero, como ya se ha dicho, la parte más significativa de su obra corresponde a su pintura de caballete, que no abandonó hasta poco antes de su muerte. Entre sus numerosas obras hay que citar Hippy en blanco (1972), expuesto en el Museo de Arte Moderno, o Dos mujeres (1981), en el Museo Rufino Tamayo. Su interés por el arte precolombino cristalizó al inaugurarse en 1974, en la ciudad de Oaxaca, el Museo de Arte Prehispánico Rufino Tamayo, con 1.300 piezas arqueológicas coleccionadas, catalogadas y donadas por el artista.


    Tomado de: Biografías y vidas