Autor: ONDAcultural

  • Letanía de Amor. Danza

    Letanía de Amor. Danza

    “Letanía de Amor”. Danza Contemporánea.

    El CECAN mediante la Escuela Estatal de Bellas Artes, hacen una cordial invitación para el día de mañana miércoles 26 de marzo, a la función de la Cía. de Danza Contemporánea de la Universidad de Colima.

    La presentación “Letanía de Amor”, es un proyecto del Fondo Regional Centro-Occidente y está inspirado en la poesía “Letanía erótica para la paz”, de Griselda Álvarez Ponce de León.

    El evento será a las 17:00 en el Salón de Ballet de la Escuela Estatal de Bellas Artes, sito en La Ciudad de las Artes.

    Entrada libre

  • Biografía: William Shakespeare

    Biografía: William Shakespeare

    William Shakespeare fue un dramaturgo, poeta y actor inglés. Conocido en ocasiones como el Bardo de Avon, Shakespeare es considerado el escritor más importante en lengua inglesa y uno de los más célebres de la literatura universal.

    Nace y muere en Stratford-upon-Avon el 23 de abril de 1564 y el 23 de abril de 1616.

    Tercero de los ocho hijos de John Shakespeare, un acaudalado comerciante y político local, y Mary Arden, cuya familia había sufrido persecuciones religiosas derivadas de su confesión católica, poco o nada se sabe de la niñez y adolescencia de William Shakespeare.

    Parece probable que estudiara en la Grammar School de su localidad natal, si bien se desconoce cuántos años y en qué circunstancias. Según un coetáneo suyo, William Shakespeare aprendió «poco latín y menos griego», y en todo caso parece también probable que abandonara la escuela a temprana edad debido a las dificultades por que atravesaba su padre, ya fueran éstas económicas o derivadas de su carrera política.

    Sea como fuere, siempre se ha considerado a Shakespeare como una persona culta, pero no en exceso, y ello ha posibilitado el nacimiento de teorías según las cuales habría sido tan sólo el hombre de paja de alguien deseoso de permanecer en el anonimato literario. A ello ha contribuido también el hecho de que no se disponga en absoluto de escritos o cartas personales del autor, quien parece que sólo escribió, aparte de su producción poética, obras para la escena.

    La andadura de Shakespeare como dramaturgo empezó tras su traslado a Londres, donde rápidamente adquirió fama y popularidad en su trabajo para la compañía Chaberlain’s Men, más tarde conocida como King’s Men, propietaria de dos teatros, The Globe y Blackfriars. También representó, con éxito, en la corte. Sus inicios fueron, sin embargo, humildes, y según las fuentes trabajó en los más variados oficios, si bien parece razonable suponer que estuvo desde el principio relacionado con el teatro, puesto que antes de consagrarse como autor se le conocía ya como actor.

    Su estancia en la capital británica se fecha, aproximadamente, entre 1590 y 1613, año este último en que dejó de escribir y se retiró a su localidad natal, donde adquirió una casa conocida como New Place, mientras invertía en bienes inmuebles de Londres la fortuna que había conseguido amasar.

    La publicación, en 1593, de su poema Venus y Adonis, muy bien acogido en los ambientes literarios londinenses, fue uno de sus primeros éxitos. De su producción poética posterior cabe destacar La violación de Lucrecia (1594) y los Sonetos (1609), de temática amorosa y que por sí solos lo situarían entre los grandes de la poesía anglosajona.

    Con todo, fue su actividad como dramaturgo lo que dio fama a Shakespeare en la época. Su obra, en total catorce comedias, diez tragedias y diez dramas históricos, es un exquisito compendio de los sentimientos, el dolor y las ambiciones del alma humana. Tras unas primeras tentativas, en las que se transparenta la influencia de Marlowe, antes de 1600 aparecieron la mayoría de sus «comedias alegres» y algunos de sus dramas basados en la historia de Inglaterra. Destaca sobre todo la fantasía y el sentido poético de las comedias de este período, como en Sueño de una noche de verano; el prodigioso dominio del autor en la versificación le permitía distinguir a los personajes por el modo de hablar, amén de dotar a su lenguaje de una naturalidad casi coloquial.

    A partir de 1600, Shakespeare publica las grandes tragedias y las llamadas «comedias oscuras». Los grandes temas son tratados en las obras de este período con los acentos más ambiciosos, y sin embargo lo trágico surge siempre del detalle realista o del penetrante tratamiento psicológico del personaje, que induce al espectador a identificarse con él: así, Hamlet refleja la incapacidad de actuar ante el dilema moral entre venganza y perdón; Otelo, la crueldad gratuita de los celos; y Macbeth, la cruel tentación del poder.

    En sus últimas obras, a partir de 1608, cambia de registro y entra en el género de la tragicomedia, a menudo con un final feliz en el que se entrevé la posibilidad de la reconciliación, como sucede en Pericles. Shakespeare publicó en vida tan sólo 16 de las obras que se le atribuyen; por ello, algunas de ellas posiblemente se hubieran perdido de no publicarse (pocos años después de la muerte del poeta) el Folio, volumen recopilatorio que serviría de base para todas las ediciones posteriores.
    Tomado de: Biografíasyvidas.com

  • Primero Sueño

    Primero Sueño

     

    Primero sueño no es el poema del conocimiento como un vano sueño sino el poema del acto de conocer. Ese acto adopta la forma del sueño, no en el sentido vulgar de la palabra sueño ni en el de ilusión irrealizable, sino en el de viaje espiritual […] El viaje —sueño lúcido— no termina en una revelación como en los sueños de la tradición del hermetismo y el neoplatonismo, en verdad el poema no termina: el alma titubea, se mira en Faetón y, en esto, el cuerpo despierta. Épica del acto de conocer, el poema es también la confesión de las dudas y las luchas del Entendimiento. Es una confesión que termina en un acto de fe: no en el saber sino en el afán de saber.

    Octavio Paz.

    Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. México: Fondo de Cultura Económica, 1982, págs. 498-499.

    Primero Sueño

    Sor Juana Inés de la Cruz
    (Juana de Asbaje y Ramírez)

     

    Piramidal, funesta, de la tierra
    nacida sombra, al Cielo encaminaba
    de vanos obeliscos punta altiva,
    escalar pretendiendo las Estrellas;
    si bien sus luces bellas
    –exentas siempre, siempre rutilantes–
    la tenebrosa guerra
    que con negros vapores le intimaba
    la pavorosa sombra fugitiva
    burlaban tan distantes,
    que su atezado ceño
    al superior convexo aun no llegaba
    del orbe de la Diosa
    que tres veces hermosa
    con tres hermosos rostros ser ostenta,
    quedando sólo o dueño
    del aire que empañaba
    con el aliento denso que exhalaba;
    y en la quietud contenta
    de imperio silencioso,
    sumisas sólo voces consentía
    de las nocturnas aves,
    tan obscuras, tan graves,
    que aun el silencio no se interrumpía.

    Con tardo vuelo y canto, del oído
    mal, y aun peor del ánimo admitido,
    la avergonzada Nictimene acecha
    de las sagradas puertas los resquicios,
    o de las claraboyas eminentes
    los huecos más propicios
    que capaz a su intento le abren brecha,
    y sacrílega llega a los lucientes
    faroles sacros de perenne llama,
    que extingue, si no infama,
    en licor claro la materia crasa
    consumiendo, que el árbol de Minerva
    de su fruto, de prensas agravado,
    congojoso sudó y rindió forzado.

    Y aquellas que su casa
    campo vieron volver, sus telas hierba,
    a la deidad de Baco inobedientes,
    –ya no historias contando diferentes,
    en forma sí afrentosa transformadas–,
    segunda forman niebla,
    ser vistas aun temiendo en la tiniebla,
    aves sin pluma aladas:
    aquellas tres oficïosas, digo,
    atrevidas Hermanas,
    que el tremendo castigo
    de desnudas les dio pardas membranas
    alas tan mal dispuestas
    que escarnio son aun de las más funestas:
    éstas, con el parlero
    ministro de Plutón un tiempo, ahora
    supersticioso indicio al agorero,
    solos la no canora
    componían capilla pavorosa,
    máximas, negras,longas entonando,
    y pausas más que voces, esperando
    a la torpe mensura perezosa
    de mayor proporción tal vez, que el viento
    con flemático echaba movimiento,
    de tan tardo compás, tan detenido,
    que en medio se quedó tal vez dormido.

    Éste, pues, triste son intercadente
    de la asombrada turba temerosa,
    menos a la atención solicitaba
    que al sueño persuadía;
    antes sí, lentamente,
    su obtusa consonancia espaciosa
    al sosiego inducía
    y al reposo los miembros convidaba,
    –el silencio intimando a los vivientes,
    uno y otro sellando labio obscuro
    con indicante dedo,
    Harpócrates, la noche, silencioso;
    a cuyo, aunque no duro,
    si bien imperïoso
    precepto, todos fueron obedientes–.

    El viento sosegado, el can dormido,
    éste yace, aquél quedo
    los átomos no mueve,
    con el susurro hacer temiendo leve,
    aunque poco, sacrílego ruïdo,
    violador del silencio sosegado.
    El mar, no ya alterado,
    ni aun la instable mecía
    cerúlea cuna donde el Sol dormía;
    y los dormidos, siempre mudos, peces,
    en los lechos lamosos
    de sus obscuros senos cavernosos,
    mudos eran dos veces;
    y entre ellos, la engañosa encantadora
    Alcione, a los que antes
    en peces transformó, simples amantes,
    transformada también, vengaba ahora.

    En los del monte senos escondidos,
    cóncavos de peñascos mal formados
    –de su aspereza menos defendidos
    que de su obscuridad asegurados–,
    cuya mansión sombría
    ser puede noche en la mitad del día,
    incógnita aun al cierto
    montaraz pie del cazador experto,
    –depuesta la fiereza
    de unos, y de otros el temor depuesto–
    yacía el vulgo bruto,
    a la Naturaleza
    el de su potestad pagando impuesto,
    universal tributo;
    y el Rey, que vigilancias afectaba,
    aun con abiertos ojos no velaba.

    El de sus mismos perros acosado,
    monarca en otro tiempo esclarecido,
    tímido ya venado,
    con vigilante oído,
    del sosegado ambiente
    al menor perceptible movimiento
    que los átomos muda,
    la oreja alterna aguda
    y el leve rumor siente
    que aun le altera dormido.
    Y en la quietud del nido,
    que de brozas y lodo, instable hamaca,
    formó en la más opaca
    parte del árbol, duerme recogida
    la leve turba, descansando el viento
    del que le corta, alado movimiento.

    De Júpiter el ave generosa
    –como al fin Reina–, por no darse entera
    al descanso, que vicio considera
    si de preciso pasa, cuidadosa
    de no incurrir de omisa en el exceso,
    a un solo pie librada fía el peso
    y en otro guarda el cálculo pequeño
    –despertador reloj del leve sueño–,
    porque, si necesario fue admitido,
    no pueda dilatarse continuado,
    antes interrumpido
    del regio sea pastoral cuidado.
    ¡Oh de la Majestad pensión gravosa,
    que aun el menor descuido no perdona!
    Causa, quizá, que ha hecho misteriosa,
    circular, denotando, la corona,
    en círculo dorado,
    que el afán es no menos continuado.

    El sueño todo, en fin, lo poseía;
    todo, en fin, el silencio lo ocupaba:
    aun el ladrón dormía;
    aun el amante no se desvelaba.

    El conticinio casi ya pasando
    iba, y la sombra dimidiaba, cuando
    de las diurnas tareas fatigados,
    –y no sólo oprimidos
    del afán ponderoso
    del corporal trabajo, mas cansados
    del deleite también, (que también cansa
    objeto continuado a los sentidos
    aun siendo deleitoso:
    que la Naturaleza siempre alterna
    ya una, ya otra balanza,
    distribuyendo varios ejercicios,
    ya al ocio, ya al trabajo destinados,
    en el fiel infïel con que gobierna
    la aparatosa máquina del mundo)–;
    así, pues, de profundo
    sueño dulce los miembros ocupados,
    quedaron los sentidos
    del que ejercicio tienen ordinario,
    –trabajo en fin, pero trabajo amado
    si hay amable trabajo–,
    si privados no, al menos suspendidos,
    y cediendo al retrato del contrario
    de la vida, que–lentamente armado–
    cobarde embiste y vence perezoso
    con armas soñolientas,
    desde el cayado humilde al cetro altivo,
    sin que haya distintivo
    que el sayal de la púrpura discierna:
    pues su nivel, en todo poderoso,
    gradúa por exentas
    a ningunas personas,
    desde la de a quien tres forman coronas
    soberana tiara,
    hasta la que pajiza vive choza;
    desde la que el Danubio undoso dora,
    a la que junco humilde, humilde mora;
    y con siempre igual vara
    (como, en efecto, imagen poderosa
    de la muerte) Morfeo
    el sayal mide igual con el brocado.

    El alma, pues, suspensa
    del exterior gobierno,–en que ocupada
    en material empleo,
    o bien o mal da el día por gastado–,
    solamente dispensa
    remota, si del todo separada
    no, a los de muerte temporal opresos
    lánguidos miembros, sosegados huesos,
    los gajes del calor vegetativo,
    el cuerpo siendo, en sosegada calma,
    un cadáver con alma,
    muerto a la vida y a la muerte vivo,
    de lo segundo dando tardas señas
    el del reloj humano
    vital volante que, si no con mano,
    con arterial concierto, unas pequeñas
    muestras, pulsando, manifiesta lento
    de su bien regulado movimiento.

    Este, pues, miembro rey y centro vivo
    de espíritus vitales,
    con su asociado respirante fuelle
    –pulmón, que imán del viento es atractivo,
    que en movimientos nunca desiguales
    o comprimiendo ya, o ya dilatando
    el musculoso, claro arcaduz blando,
    hace que en el resuelle
    el que le circunscribe fresco ambiente
    que impele ya caliente,
    y él venga su expulsión haciendo activo
    pequeños robos al calor nativo,
    algún tiempo llorados,
    nunca recuperados,
    si ahora no sentidos de su dueño,
    que, repetido, no hay robo pequeño–;
    éstos, pues, de mayor, como ya digo,
    excepción, uno y otro fiel testigo,
    la vida aseguraban,
    mientras con mudas voces impugnaban
    la información, callados, los sentidos
    –con no replicar sólo defendidos–,
    y la lengua que, torpe, enmudecía,
    con no poder hablar los desmentía.

    Y aquella del calor más competente
    científica oficina,
    próvida de los miembros despensera,
    que avara nunca y siempre diligente,
    ni a la parte prefiere más vecina
    ni olvida a la remota,
    y en ajustado natural cuadrante
    las cuantidades nota
    que a cada cuál tocarle considera,
    del que alambicó quilo el incesante
    calor, en el manjar que–medianero
    piadoso–entre él y el húmedo interpuso
    su inocente substancia,
    pagando por entero
    la que, ya piedad sea, o ya arrogancia,
    al contrario voraz necio lo expuso,
    –merecido castigo, aunque se excuse,
    al que en pendencia ajena se introduce–;
    ésta, pues, si no fragua de Vulcano,
    templada hoguera del calor humano,
    al cerebro envïaba
    húmedos, más tan claros los vapores
    de los atemperados cuatro humores,
    que con ellos no sólo no empañaba
    los simulacros que la estimativa
    dio a la imaginativa
    y aquésta, por custodia más segura,
    en forma ya más pura
    entregó a la memoria que, oficiosa,
    grabó tenaz y guarda cuidadosa,
    sino que daban a la fantasía
    lugar de que formase
    imágenes diversas. Y del modo
    que en tersa superficie, que de Faro
    cristalino portento, asilo raro
    fue, en distancia longísima se vían
    (sin que ésta le estorbase)
    del reino casi de Neptuno todo
    las que distantes le surcaban naves,
    –viéndose claramente
    en su azogada luna
    el número, el tamaño y la fortuna
    que en la instable campaña transparente
    arresgadas tenían,
    mientras aguas y vientos dividían
    sus velas leves y sus quillas graves–:
    así ella, sosegada, iba copiando
    las imágenes todas de las cosas,
    y el pincel invisible iba formando
    de mentales, sin luz, siempre vistosas
    colores, las figuras
    no sólo ya de todas las criaturas
    sublunares, más aun también de aquéllas
    que intelectuales claras son Estrellas,
    y en el modo posible
    que concebirse puede lo invisible,
    en sí, mañosa, las representaba
    y al Alma las mostraba.

    La cual, en tanto, toda convertida
    a su inmaterial Ser y esencia bella,
    aquella contemplaba,
    participada de alto Ser, centella
    que con similitud en sí gozaba;
    y juzgándose casi dividida
    de aquella que impedida
    siempre la tiene, corporal cadena,
    que grosera embaraza y torpe impide
    el vuelo intelectual con que ya mide
    la cuantidad inmensa de la Esfera,
    ya el curso considera
    regular, con que giran desiguales
    los cuerpos celestiales,
    –culpa si grave, merecida pena
    (torcedor del sosiego, riguroso)
    de estudio vanamente judicioso–,
    puesta, a su parecer, en la eminente
    cumbre de un monte a quien el mismo Atlante
    que preside gigante
    a los demás, enano obedecía,
    y Olimpo, cuya sosegada frente
    nunca de aura agitada
    consintió ser violada,
    aun falda suya ser no merecía:
    pues las nubes:–que opaca son corona
    de la más elevada corpulencia,
    del volcán más soberbio que en la tierra
    gigante erguido intima al cielo guerra–,
    apenas densa zona
    de su altiva eminencia,
    o a su vasta cintura
    cíngulo tosco son, que–mal ceñido–
    o el viento lo desata sacudido,
    o vecino el calor del Sol lo apura.

    A la región primera de su altura,
    (ínfima parte, digo, dividiendo
    en tres su continuado cuerpo horrendo),
    el rápido no pudo, el veloz vuelo
    del águila–que puntas hace al Cielo
    y al Sol bebe los rayos pretendiendo
    entre sus luces colocar su nido–
    llegar; bien que esforzando
    más que nunca el impulso, ya batiendo
    las dos plumadas velas, ya peinando
    con las garras el aire, ha pretendido,
    tejiendo de los átomos escalas,
    que su inmunidad rompan sus dos alas.

    Las Pirámides dos–ostentaciones
    de Menfis vano y de la Arquitectura
    último esmero, si ya no pendones
    fijos, no tremolantes–, cuya altura
    coronada de bárbaros trofeos
    tumba y bandera fue a los Ptolomeos,
    que al viento, que a las nubes publicaba
    (si ya también al Cielo no decía)
    de su grande, su siempre vencedora
    ciudad–ya Cairo ahora–
    las que, porque a su copia enmudía,
    la Fama no cantaba.
    Gitanas glorias, Ménficas proezas,
    aun en el viento, aun en el Cielo impresas:

    éstas,–que en nivelada simetría
    su estatura crecía
    con tal diminución, con arte tanto,
    que (cuanto más al Cielo caminaba)
    a la vista, que lince la miraba,
    entre los vientos se desparecía,
    sin permitir mirar la sutil punta
    que al primer orbe finge que se junta,
    hasta que fatigada del espanto,
    no descendida, sino despeñada
    se hallaba al pie de la espaciosa basa,
    tarde o mal recobrada
    del desvanecimiento
    que pena fue no escasa
    del visüal alado atrevimiento–,
    cuyos cuerpos opacos
    no al Sol opuestos, antes avenidos
    con sus luces, si no confederados
    con él (como, en efecto, confinantes),
    tan del todo bañados
    de su resplandor eran, que –lucidos–
    nunca de calorosos caminantes
    al fatigado aliento, a los pies flacos,
    ofrecieron alfombra
    aun de pequeña, aun de señal de sombra

    éstas, que glorias ya sean Gitanas,
    o elaciones profanas,
    bárbaros jeroglíficos de ciego
    error, según el Griego
    ciego también, dulcísimo Poeta,
    –si ya, por las que escribe
    Aquileyas proezas
    o marciales de Ulises sutilezas,
    la unión no le recibe
    de los Historiadores, o le acepta
    (cuando entre su catálogo le cuente)
    que gloria más que número le aumente–,
    de cuya dulce serie numerosa
    fuera más fácil cosa
    al temido Tonante
    el rayo fulminante
    quitar, o la pesada
    a Alcides clava herrada,
    que un hemistiquio sólo
    de los que le dictó propicio Apolo:

    según de Homero, digo, la sentencia,
    las Pirámides fueron materiales
    tipos solos, señales exteriores
    de las que, dimensiones interiores,
    especies son del Alma intencionales:
    que como sube en piramidal punta
    al Cielo la ambiciosa llama ardiente,
    así la humana mente
    su figura trasunta,
    y a la Causa Primera siempre aspira,
    –céntrico punto donde recta tira
    la línea, si ya no circunferencia,
    que contiene, infinita, toda esencia–.

    éstos, pues, Montes dos artificiales
    (bien maravillas, bien milagros sean),
    y aun aquella blasfema altiva Torre
    de quien hoy dolorosas son señales
    –no en piedras, sino en lenguas desiguales,
    porque voraz el tiempo no las borre–
    los idiomas diversos que escasean
    el socïable trato de las gentes
    (haciendo que parezcan diferentes
    los que unos hizo la Naturaleza,
    de la lengua por sólo la extrañeza),
    si fueran comparados
    a la mental pirámide elevada
    donde, sin saber cómo, colocada
    el Alma se miró, tan atrasados
    se hallaran, que cualquiera
    gradüara su cima por Esfera:
    pues su ambicioso anhelo,
    haciendo cumbre de su propio vuelo,
    en la más eminente
    la encumbró parte de su propia mente,
    de sí tan remontada, que creía
    que a otra nueva región de sí salía.

    En cuya casi elevación inmensa,
    gozosa mas suspensa,
    suspensa pero ufana,
    y atónita aunque ufana, la suprema
    de lo sublunar Reina soberana,
    la vista perspicaz, libre de anteojos,
    de sus intelectuales bellos ojos,
    (sin que distancia tema
    ni de obstáculo opaco se recele,
    de que interpuesto algún objeto cele),
    libre tendió por todo lo crïado:
    cuyo inmenso agregado,
    cúmulo incomprehensible,
    aunque a la vista quiso manifiesto
    dar señas de posible,
    a la comprehensión no, que–entorpecida
    con la sobra de objetos, y excedida
    de la grandeza de ellos su potencia–,
    retrocedió cobarde.

    Tanto no, del osado presupuesto,
    revocó la intención, arrepentida,
    la vista que intentó descomedida
    en vano hacer alarde
    contra objeto que excede en excelencia
    las líneas visuales,
    –contra el Sol, digo, cuerpo luminoso,
    cuyos rayos castigo son fogoso,
    que fuerzas desiguales
    despreciando, castigan rayo a rayo
    el confïado, antes atrevido
    y ya llorado ensayo,
    (necia experiencia que costosa tanto
    fue, que ícaro ya, su propio llanto
    lo anegó enternecido)–,
    como el entendimiento, aquí vencido
    no menos de la inmensa muchedumbre
    (de tanta maquinosa pesadumbre
    de diversas especies, conglobado
    esférico compuesto),
    que de las cualidades
    de cada cual, cedió; tan asombrado,
    que–entre la copia puesto,
    pobre con ella en las neutralidades
    de un mar de asombros, la elección confusa–,
    equivocó las ondas zozobraba;
    y por mirarlo todo, nada vía,
    ni discernir podía
    (bota la facultad intelectiva
    en tanta, tan difusa
    incomprehensible especie que miraba
    desde el un eje en que librada estriba
    la máquina voluble de la Esfera,
    al contrapuesto polo)
    las partes, ya no solo,
    que al universo todo considera
    serle perfeccionantes,
    a su ornato, no mas, pertenecientes;
    Mas ni aun las que integrantes
    miembros son de su cuerpo dilatado,
    proporcionadamente competentes.

    Mas como al que ha usurpado
    diuturna obscuridad, de los objetos
    visibles los colores,
    si súbitos le asaltan resplandores,
    con la sobra de luz queda más ciego
    –que el exceso contrarios hace efectos
    en la torpe potencia, que la lumbre
    del Sol admitir luego
    no puede por la falta de costumbre–,
    y a la tiniebla misma, que antes era
    tenebroso a la vista impedimento,
    de los agravios de la luz apela,
    y una vez y otra con la mano cela
    de los débiles ojos deslumbrados
    los rayos vacilantes,
    sirviendo ya–piadosa medianera—
    la sombra de instrumento
    para que recobrados
    por grados se habiliten,
    porque después constantes
    su operación más firmes ejerciten,
    –recurso natural, innata ciencia
    que confirmada ya de la experiencia,
    maestro quizá mudo,
    retórico ejemplar, inducir pudo
    a uno y otro Galeno
    para que del mortífero veneno,
    en bien proporcionadas cantidades
    escrupulosamente regulando
    las ocultas nocivas cualidades,
    ya por sobrado exceso
    de cálidas o frías,
    o ya por ignoradas simpatías
    o antipatías con que van obrando
    las causas naturales su progreso,
    (a la admiración dando, suspendida,
    efecto cierto en causa no sabida,
    con prolijo desvelo y remirada
    empírica atención, examinada
    en la bruta experiencia,
    por menos peligrosa),
    la confección hicieran provechosa,
    último afán de la Apolínea ciencia,
    de admirable trïaca,
    ¡que así del mal el bien tal vez se saca!–:
    no de otra suerte el Alma, que asombrada
    de la vista quedó de objeto tanto,
    la atención recogió, que derramada
    en diversidad tanta, aun no sabía
    recobrarse a sí misma del espanto
    que portentoso había
    su discurso calmado,
    permitiéndole apenas
    de un concepto confuso
    el informe embrïón que, mal formado,
    inordinado caos retrataba
    de confusas especies que abrazaba,
    –sin orden avenidas,
    sin orden separadas,
    que cuanto más se implican combinadas
    tanto más se disuelven desunidas,
    de diversidad llenas–,
    ciñendo con violencia lo difuso
    de objeto tanto, a tan pequeño vaso,
    (aun al más bajo, aun al menor, escaso).

    Las velas, en efecto, recogidas,
    que fïó inadvertidas
    traidor al mar, al viento ventilante,
    –buscando, desatento,
    al mar fidelidad, constancia al viento–,
    mal le hizo de su grado
    en la mental orilla
    dar fondo, destrozado,
    al timón roto, a la quebrada entena,
    besando arena a arena
    de la playa el bajel, astilla a astilla,
    donde–ya recobrado–
    el lugar usurpó de la carena
    cuerda refleja, reportado aviso
    de dictamen remiso:
    que, en su operación misma reportado,
    más juzgó conveniente
    a singular asunto reducirse,
    o separadamente
    una por una discurrir las cosas
    que vienen a ceñirse
    en las que artificiosas
    dos veces cinco son Categorías:

    reducción metafísica que enseña
    (los entes concibiendo generales
    en sólo unas mentales fantasías
    donde de la materia se desdeña
    el discurso abstraído)
    ciencia a formar de los universales,
    reparando, advertido,
    con el arte el defecto
    de no poder con un intüitivo
    conocer acto todo lo crïado,
    sino que, haciendo escala, de un concepto
    en otro va ascendiendo grado a grado,
    y el de comprender orden relativo
    sigue, necesitado
    del del entendimiento
    limitado vigor, que a sucesivo
    discurso fía su aprovechamiento:

    cuyas débiles fuerzas, la doctrina
    con doctos alimentos va esforzando,
    y el prolijo, si blando,
    continuo curso de la disciplina,
    robustos le va alientos infundiendo,
    con que más animoso
    al palio glorïoso
    del empeño más arduo, altivo aspira,
    los altos escalones ascendiendo,
    –en una ya, ya en otra cultivado
    facultad–, hasta que insensiblemente
    la honrosa cumbre mira
    término dulce de su afán pesado
    (de amarga siembra, fruto al gusto grato,
    que aun a largas fatigas fue barato),
    y con planta valiente
    la cima huella de su altiva frente.

    De esta serie seguir mi entendimiento
    el método quería,
    o del ínfimo grado
    del ser inanimado
    (menos favorecido,
    si no más desvalido,
    de la segunda causa productiva),
    pasar a la más noble jerarquía
    que, en vegetable aliento,
    primogénito es, aunque grosero,
    de Thetis,–el primero
    que a sus fértiles pechos maternales,
    con virtud atractiva,
    los dulces apoyó manantïales
    de humor terrestre, que a su nutrimento
    natural es dulcísimo alimento–,
    y de cuatro adornada operaciones
    de contrarias acciones,
    ya atrae, ya segrega diligente
    lo que no serle juzga conveniente,
    ya lo superfluo expele, y de la copia
    la substancia más útil hace propia;

    y–esta ya investigada–,
    forma inculcar más bella
    (de sentido adornada,
    y aun más que de sentido, de aprehensiva
    fuerza imaginativa),
    que justa puede ocasionar querella
    –cuando afrenta no sea–
    de la que más lucida centellea
    inanimada Estrella,
    bien que soberbios brille resplandores,
    –que hasta a los Astros puede superiores,
    aun la menor criatura, aun la más baja,
    ocasionar envidia, hacer ventaja–;

    y de este corporal conocimiento
    haciendo, bien que escaso, fundamento,
    al supremo pasar maravilloso
    compuesto triplicado,
    de tres acordes líneas ordenado
    y de las formas todas inferiores
    compendio misterioso:
    bisagra engarzadora
    de la que más se eleva entronizada
    Naturaleza pura
    y de la que, criatura
    menos noble, se ve más abatida:
    no de las cinco solas adornada
    sensibles facultades,
    mas de las interiores
    que tres rectrices son, ennoblecida,
    –que para ser señora
    de las demás, no en vano
    la adornó Sabia Poderosa Mano–:
    fin de Sus obras, círculo que cierra
    la Esfera con la tierra,
    última perfección de lo criado
    y último de su Eterno Autor agrado,
    en quien con satisfecha complacencia
    Su inmensa descansó magnificencia:

    fábrica portentosa
    que, cuanto más altiva al Cielo toca,
    sella el polvo la boca,
    –de quien ser pudo imagen misteriosa
    la que águila Evangélica, sagrada
    visión en Patmos vio, que las Estrellas
    midió y el suelo con iguales huellas,
    o la estatua eminente
    que del metal mostraba más preciado
    la rica altiva frente,
    y en el más desechado
    material, flaco fundamento hacía,
    con que a leve vaivén se deshacía–:
    el Hombre, digo, en fin, mayor portento
    que discurre el humano entendimiento;
    compendio que absoluto
    parece al ángel, a la planta, al bruto;
    cuya altiva bajeza
    toda participó Naturaleza.
    ¿Por qué? Quizá porque más venturosa
    que todas, encumbrada
    a merced de amorosa
    Unión sería. ¡Oh, aunque repetida,
    nunca bastantemente bien sabida
    merced, pues ignorada
    en lo poco apreciada
    parece, o en lo mal correspondida!

    Estos, pues, grados discurrir quería
    unas veces; pero otras, disentía,
    excesivo juzgando atrevimiento
    el discurrirlo todo,
    quien aun la más pequeña,
    aun la más fácil parte no entendía
    de los más manüales
    efectos naturales;
    quien de la fuente no alcanzó risueña
    el ignorado modo
    con que el curso dirige cristalino
    deteniendo en ambages su camino,
    –los horrorosos senos
    de Plutón, las cavernas pavorosas
    del abismo tremendo,
    las campañas hermosas,
    los Eliseos amenos,
    tálamo ya de su triforme esposa,
    clara pesquisidora registrando,
    (útil curiosidad, aunque prolija,
    que de su no cobrada bella hija
    noticia cierta dio a la rubia Diosa,
    cuando montes y selvas trastornando,
    cuando prados y bosques inquiriendo,
    su vida iba buscando
    y del dolor su vida iba perdiendo)–;

    quien de la breve flor aun no sabía
    por qué ebúrnea figura
    circunscribe su frágil hermosura:
    mixtos, por qué, colores
    –confundiendo la grana en los albores–
    fragante le son gala:
    ambares por qué exhala,
    y el leve, si más bello
    ropaje al viento explica,
    que en una y otra fresca multiplica
    hija, formando pompa escarolada
    de dorados perfiles cairelada,
    que –roto del capillo el blanco sello–
    de dulce herida de la Cipria Diosa
    los despojos ostenta jactanciosa,
    si ya el que la colora,
    candor al alba, púrpura al aurora
    no le usurpó y, mezclado,
    purpúreo es ampo, rosicler nevado:
    tornasol que concita
    los que del prado aplausos solicita,
    preceptor quizá vano
    –si no ejemplo profano–
    de industria femenil que el más activo
    veneno, hace dos veces ser nocivo
    en el velo aparente
    de la que finge tez resplandeciente.

    Pues si a un objeto solo, –repetía
    tímido el Pensamiento–,
    huye el conocimiento
    y cobarde el discurso se desvía;
    si a especie segregada
    –como de las demás independiente,
    como sin relación considerada–
    da las espaldas el entendimiento,
    y asombrado el discurso se espeluza
    del difícil certamen que rehúsa
    acometer valiente,
    porque teme cobarde
    comprehenderlo o mal, o nunca, o tarde,
    ¿cómo en tan espantosa
    máquina inmensa discurrir pudiera,
    cuyo terrible incomportable peso
    –si ya en su centro mismo no estribara–
    de Atlante a las espaldas agobiara,
    de Alcides a las fuerzas excediera;
    y el que fue de la Esfera
    bastante contrapeso,
    pesada menos, menos ponderosa
    su máquina juzgara, que la empresa
    de investigar a la Naturaleza?

    Otras –más esforzado–
    demasiada acusaba cobardía
    el lauro antes ceder, que en la lid dura
    haber siquiera entrado,
    y al ejemplar osado
    del claro joven la atención volvía,
    –auriga altivo del ardiente carro–,
    y el, si infeliz, bizarro
    alto impulso, el espíritu encendía:
    donde el ánimo halla
    –más que el temor ejemplos de escarmiento–
    abiertas sendas al atrevimiento,
    que una ya vez trilladas, no hay castigo
    que intento baste a remover segundo,
    (segunda ambición, digo).

    Ni el panteón profundo
    –cerúlea tumba a su infeliz ceniza–,
    ni el vengativo rayo fulminante
    mueve, por más que avisa,
    al ánimo arrogante
    que, el vivir despreciando, determina
    su nombre eternizar en su ruina.
    Tipo es, antes, modelo:
    ejemplar pernicioso
    que alas engendra a repetido vuelo,
    del ánimo ambicioso
    que –del mismo terror haciendo halago
    que al valor lisonjea–,
    las glorias deletrea
    entre los caracteres del estrago.
    O el castigo jamás se publicara,
    porque nunca el delito se intentara:
    político silencio antes rompiera
    los autos del proceso,
    –circunspecto estadista–;
    o en fingida ignorancia simulara,
    o con secreta pena castigara
    el insolente exceso,
    sin que a popular vista
    el ejemplar nocivo propusiera:
    que del mayor delito la malicia
    peligra en la noticia,
    contagio dilatado trascendiendo;
    porque singular culpa sólo siendo,
    dejara más remota a lo ignorado
    su ejecución, que no a lo escarmentado.

    Mas mientras entre escollos zozobraba
    confusa la elección, sirtes tocando
    de imposibles, en cuantos intentaba
    rumbos seguir, –no hallando
    materia en que cebarse
    el calor ya, pues su templada llama
    (llama al fin, aunque más templada sea,
    que si su activa emplea
    operación, consume, si no inflama)
    sin poder excusarse
    había lentamente
    el manjar trasformado,
    propia substancia de la ajena haciendo:
    y el que hervor resultaba bullicioso
    de la unión entre el húmedo y ardiente,
    en el maravilloso
    natural vaso, había ya cesado
    (faltando el medio), y consiguientemente
    los que de él ascendiendo
    soporíferos, húmedos vapores
    el trono racional embarazaban
    (desde donde a los miembros derramaban
    dulce entorpecimiento),
    a los suaves ardores
    del calor consumidos,
    las cadenas del sueño desataban:
    y la falta sintiendo de alimento
    los miembros extenuados,
    del descanso cansados,
    ni del todo despiertos ni dormidos,
    muestras de apetecer el movimiento
    con tardos esperezos
    ya daban, extendiendo
    los nervios, poco a poco, entumecidos,
    y los cansados huesos
    (aun sin entero arbitrio de su dueño)
    volviendo al otro lado–,
    a cobrar empezaron los sentidos,
    dulcemente impedidos
    del natural beleño,
    su operación, los ojos entreabriendo.

    Y del cerebro, ya desocupado,
    las fantasmas huyeron
    y –como de vapor leve formadas–
    en fácil humo, en viento convertidas,
    su forma resolvieron.
    Así linterna mágica, pintadas
    representa fingidas
    en la blanca pared varias figuras,
    de la sombra no menos ayudadas
    que de la luz: que en trémulos reflejos
    los competentes lejos
    guardando de la docta perspectiva,
    en sus ciertas mensuras
    de varias experiencias aprobadas,
    la sombra fugitiva,
    que en el mismo esplendor se desvanece,
    cuerpo finge formado,
    de todas dimensiones adornado,
    cuando aun ser superficie no merece.

    En tanto el Padre de la Luz ardiente,
    de acercarse al Oriente
    ya el término prefijo conocía,
    y al antípoda opuesto despedía
    con transmontantes rayos:
    que –de su luz en trémulos desmayos–
    en el punto hace mismo su Occidente,
    que nuestro Oriente ilustra luminoso.
    Pero de Venus, antes, el hermoso
    apacible lucero
    rompió el albor primero,
    y del viejo Tithón la bella esposa
    –amazona de luces mil vestida,
    contra la noche armada,
    hermosa si atrevida,
    valiente aunque llorosa–,
    su frente mostró hermosa
    de matutinas luces coronada,
    aunque tierno preludio, ya animoso,
    del Planeta fogoso,
    que venía las tropas reclutando
    de bisoñas vislumbres,
    –las más robustas, veteranas lumbres
    para la retaguardia reservando–,
    contra la que, tirana usurpadora
    del imperio del día,
    negro laurel de sombras mil ceñía
    y con nocturno cetro pavoroso
    las sombras gobernaba,
    de quien aun ella misma se espantaba.

    Pero apenas la bella precursora
    signifera del Sol, el luminoso
    en el Oriente tremoló estandarte,
    tocando al arma todos los suaves
    si bélicos clarines de las aves,
    (diestros, aunque sin arte,
    trompetas sonorosos),
    cuando, –como tirana al fin, cobarde,
    de recelos medrosos
    embarazada, bien que hacer alarde
    intentó de sus fuerzas, oponiendo
    de su funesta capa los reparos,
    breves en ella de los tajos claros
    heridas recibiendo,
    (bien que mal satisfecho su denuedo,
    pretexto mal formado fue del miedo,
    su débil resistencia conociendo)–,
    a la fuga ya casi cometiendo
    más que a la fuerza, el medio de salvarse,
    ronca tocó bocina
    a recoger los negros escuadrones
    para poder en orden retirarse,
    cuando de más vecina
    plenitud de reflejos fue asaltada,
    que la punta rayó más encumbrada
    de los del Mundo erguidos torreones.

    Llegó, en efecto, el Sol cerrando el giro
    que esculpió de oro sobre azul zafiro:
    de mil multiplicados
    mil veces puntos, flujos mil dorados
    –líneas, digo, de luz clara–, salían
    de su circunferencia luminosa,
    pautando al Cielo la cerúlea plana;
    y a la que antes funesta fue tirana
    de su imperio, atropadas embestían:
    que sin concierto huyendo presurosa
    –en sus mismos horrores tropezando–
    su sombra iba pisando,
    y llegar al Ocaso pretendía
    con el (sin orden ya) desbaratado
    ejército de sombras, acosado
    de la luz que el alcance le seguía.

    Consiguió, al fin, la vista del Ocaso
    el fugitivo paso,
    y –en su mismo despeño recobrada
    esforzando el aliento en la rüina–,
    en la mitad del globo que ha dejado
    el Sol desamparada,
    segunda vez rebelde determina
    mirarse coronada,
    mientras nuestro Hemisferio la dorada
    ilustraba del Sol madeja hermosa,
    que con luz judiciosa
    de orden distributivo, repartiendo
    a las cosas visibles sus colores
    iba, y restituyendo
    entera a los sentidos exteriores
    su operación, quedando a luz más cierta
    el mundo iluminado y yo despierta.

     

    Publicado en México en el año de 1692


    Tomado de: Poesía

  • Biografía: Charles Chaplin

    Biografía: Charles Chaplin

    125 aniversario del natalicio de Charles Chaplin

    Charles ChaplinLos padres de Charles Spencer Chaplin eran cantantes y actores de variedades de origen judío que, en su momento, alcanzaron un razonable éxito. Especialmente la madre, Hannah Hili, hija de un zapatero, menuda, graciosa y con una agradable voz. El niño nació a las ocho de la tarde del 16 de abril de 1889 en la calle londinense de East Lane, Walworth. No era un buen momento para la familia. El padre, Charles, había abandonado el hogar en pos de su afición alcohólica, y Hannah se vio obligada a mantener por sí sola a sus hijos Sydney y Charles. Estaba en la cumbre de su carrera artística con el pseudónimo de Lily Harvey, pero comenzaba a fallarle la voz. En 1894, durante una función en Aldershot, su gorjeo se quebró en medio de una canción. El empresario envió a escena al pequeño Charles, de cinco años, que imitó la voz de Lily incluyendo el desfallecimiento final, para gran diversión del público. Ése fue su debut artístico.

    El fracaso y la falta de dinero trastornaron la salud mental de Hanna Hill, que comenzó a dar muestras de extravío. Ella y los niños pasaron a vivir en el asilo de la calle Lambeth. Sydney y Charlie asistieron un tiempo a la escuela para niños pobres de Hanwell, sufriendo su severa disciplina y las burlas de los niños más afortunados. En 1896 el estado de Hannah obligó a recluirla en un sanatorio frenopático. Al año siguiente, Charlie se unió a los Eight Lancashire Lads (Los ocho muchachos de Lancashire), un grupo de actores juveniles aficionados que hacían giras por los pueblos. Más tarde formó parte de otras compañías ambulantes, ya profesionales aunque muy modestas. En 1898 murió el padre, mientras Charlie Chaplin era ya un experto actor infantil. En 1901, con doce años, representó el rol de protagonista en Jim, the Romance of a Cockney, y cuatro años más tarde realizó una gira con The Painful Predicament of Sherlock Holmes. El año 1906 fue afortunado para el joven cómico. Se inició con un contrato en el Casey Court Circus como una de las primeras atracciones, y finalizó con otro contrato para la célebre compañía de pantomimas de Fred Karno, en la que también actuaba Stan Laurel.
    Los comienzos en Hollywood

    A los diecinueve años Charlie vivió el primero de sus numerosos e intensos romances, al enamorarse perdidamente de la joven actriz Hetty Kelly. Con Fred Karno el futuro Charlot había perfeccionado y diversificado sus notables recursos mímicos, y el director lo incluyó en la troupe que realizaba una gira a París en 1909 y al año siguiente otra de seis meses por Estados Unidos. Fue la época en que Mack Sennett obtuvo un gran éxito con sus filmes cortos de bañistas y policías, basados en corridas, gesticulaciones exageradas, palos y peleas con tartas de crema. Sennett adivinaba las posibilidades cinematográficas de la mímica más refinada y compleja de Chaplin, y cuando éste realizó su segunda gira en 1912 lo convenció para que se incorporase a su productora, la Keystone.

    Charlie Chaplin llegó a Hollywood en la primavera de 1913, y comenzó a trabajar en noviembre. El 2 de febrero de 1914 se estrenaba su primera película, Making a Living (Ganándose la vida, también conocida como Charlot periodista). En ese mismo año rodó 35 films de un rollo (cortos de entre doce y dieciséis minutos de duración), escritos y dirigidos por Sennett, el propio Charles u otros directores. Todavía sus caracterizaciones eran sólo esbozos del vagabundo ingenuo y sentimental que le daría fama en todo el mundo, pero como Chaplin interpretaba en cada uno un oficio o situación distinta, se los bautizaría luego como Charlot bailarín, Charlot camarero, Charlot de conquista, Charlot ladrón elegante, etc. El éxito fue arrollador, y en 1915 la productora Essanay le robó a Sennett su estrella por un contrato de 1.500 dólares a la semana. Cifra fabulosa para un cómico de cine mudo, que en Keystone venía cobrando diez veces menos.

    Con la Essanay, Chaplin pasó a escribir y dirigir los catorce films que rodó ese año. Tenían ya una duración de dos rollos, una trama más complicada que introducía toques románticos y melancólicos en la receta humorística, y un guión meticulosamente estructurado y ensayado. Chaplin era el protagonista absoluto (en alguno en rol femenino), y en la mayoría de ellos su partenaire era Edna Purviance. Cabe recordar A Night in the Show, The Champion, The Night Out y sobre todo The Tramp (El vagabundo), en la que redondeaba el personaje que luego se conocería como Charlot. Él mismo contaría después que fue escogiendo casi al azar -como lo haría un vagabundo real- el sombrero, el bastón, los anchos pantalones, la chaqueta estrecha y los zapatones. El resultado fue el atuendo más famoso y perdurable en la historia del cine.

    La celebridad de Chaplin y su personaje era ya universal (el nombre de Charlot se lo daría en 1915 el distribuidor de sus filmes en Francia), y el exitoso mimo cambió nuevamente de productora en 1916. Con la Mutual realizaría doce películas en dos años, entre ellas The Pawnshop (El prestamista), Easy Street (La calle de la paz) y especialmente The Immigrant (El inmigrante), las tres con Edna Purviance. A principios de 1918 la First National contrató a Charlie Chaplin por la cifra récord de un millón de dólares anuales. Fue también el año de la primera de sus bodas con jovencitas casi adolescentes. Su matrimonio con la actriz secundaria de diecinueve años Mildred Harris, celebrado el 23 de octubre, duraría hasta 1920 y el divorcio le costó a Charles 200.000 de sus preciosos dólares.

    También en 1918 realizó una gira para vender bonos de guerra junto a otras dos superestrellas de la época: Mary Pickford (llamada «La novia de América») y el galán acrobático Douglas Fairbanks. Con la First National filmó doce películas entre ese año y 1922, algunas tan clásicas en su filmografía como A Dog Life (Vida de perro) y Shoulder Arms (Armas al hombro). Y también la que se considera su primera obra maestra, en la que cinceló su estilo tragicómico, crítico y sutilmente conmovedor: The Kid (El chico), con Jackie Coogan, la infaltable Purviance y seis rollos de duración. En 1921 regresó por primera vez a Europa para el estreno de esa película y recibió una recepción multitudinaria, al tiempo que la severa crítica europea lo consagró como un genio del cine.

    Ya en 1919 Chaplin, Pickford y Fairbanks, junto al director David W. Griffith (sin duda otro genio del cine) habían constituido la productora independiente United Artists, pero Chaplin no trabajó para ésta hasta no acabar su contrato con la First National. En 1923, con productora propia, sólida fortuna personal y una suntuosa mansión en Beverly Hills, se sintió al fin con las manos libres para desarrollar sin ataduras su creatividad. Ese año dirigió, sin actuar, la excelente A Woman of Paris, con su admirada Edna y Adolphe Menjou. El multifacético creador tenía ya treinta y cinco años, y el 24 de noviembre de 1924 contrajo matrimonio en México con la jovencísima actriz Lolita McMurray (o Lita Grey), de sólo dieciséis años. La unión duró hasta 1927 y Chaplin obtuvo de ella sus dos primeros hijos (Charles Spencer y Sydney Earle) y pagó un millón de dólares al divorciarse de su Lolita.

    En esa época inició la gran trilogía final del personaje de Charlot, rodando en 1925 The Gold Rush (La quimera del oro), de la que en 1942 realizó una versión sonora narrada por su voz y con música propia. Ya en 1927 se estrenó la primera película sonora, El cantor de jazz, con Al Jolson, pero Chaplin seguía fiel al cine mudo cuando en 1928 realizó The circus (El circo), película que él mismo consideraba menos lograda que las que integraban la trilogía, pese a ser un magnífico filme cómico. Por esta película recibió su primer Oscar de la Academia en 1929. Dos años más tarde estrenó City Lights (Luces de la ciudad), paradigma de la ternura y la desolación de su alter ego cinematográfico, con inclusión de escenas sonoras y música de Chaplin.

    En 1932 realizó un nuevo y extenso viaje a Europa, donde en una recepción conoció a la actriz francesa Paulette Goddard. Ambos prosiguieron juntos el itinerario de lo que llegó a ser una gira mundial, y al año siguiente Paulette sería su pareja en el último film de la trilogía: Modern Times (Tiempos modernos), una ácida parábola sobre el maquinismo industrial y las miserias del capitalismo.

    Al desatarse la guerra y la invasión alemana sobre Europa, Chaplin filmó, en 1940, The Great Dictator (El gran dictador), una divertida y feroz parodia del nazi-fascismo, en la que el actor se desdoblaba en un Charlot transformado en peluquero judío y un Hitler mitómano y paranoico que anunciaba la disposición de Chaplin a encarnar nuevos roles, sin bombín ni zapatones. Lo acompañaba la Goddard, cuyo personaje llevaba el nombre de la madre de Charles (Hannah), fallecida en 1928. Chaplin y Paulette se distanciaron en 1941 y poco después el cineasta se vio envuelto en un proceso por la paternidad de la hija de la actriz Joan Barry, llamada Carol Ann. Condenado en abril de 1942 por violación de la Ley Mann, debió hacerse cargo de la manutención de la niña. El escándalo no le impidió casarse a sus cincuenta y cuatro años, con la hija del insigne dramaturgo Eugene O’Neill, una hermosa joven de dieciocho años llamada Oona, que permanecería a su lado el resto de su vida.
    El patriarca de Vevey

    Tras rodar Monsieur Verdoux en 1947, Charles Chaplin cayó bajo la ola del maccarthismo que tenía como blanco a intelectuales y artistas de Hollywood. La crítica social que rezumaba su obra, sumada probablemente a su origen judío y al hecho de ser extranjero (nunca se nacionalizó), lo llevaron a comparecer en 1949 ante el inquisicional Comité de Actividades Antinorteamericanas. Al año siguiente, mientras él y su familia viajaban por Europa, se ordenó a las autoridades de inmigración que lo retuvieran a su regreso. Chaplin decidió no volver jamás y se instaló en una lujosa residencia en Corsier-sur-Vevey, en la plácida ribera del lago suizo de Léman, frente a Ginebra. Oona se encargó de liquidar sus asuntos económicos y profesionales en Estados Unidos.

    Inglaterra ofreció a su hijo pródigo un sitio para continuar su trabajo. En 1952 rodó en Londres Limelight (Candilejas), magnífica y sentimental rememoración de sus días de cómico ambulante, y dos años más tarde recibió el Premio Internacional de la Paz. Su resentimiento contra Estados Unidos se reflejó en A King in New York (Un rey en Nueva York), filme de 1957 cuyos altibajos no ocultan el corrosivo humor chapliniano. El gran cineasta era ya un anciano patriarcal y vitalista que comenzaba a escribir sus memorias en 1959. A los setenta y ocho años fue padre de su octavo hijo con Oona, Christopher, nacido en 1962, y en 1964 se publicó en Londres su autobiografía, Historia de mi vida.

    Ya octogenario, Chaplin tenía todavía ánimo y energías para escribir y rodar una última película, A Countess from Hong Kong (La condesa de Hong Kong, 1966). Pese a contar con dos protagonistas de lujo como Sofía Loren y Marlon Brando, y al propio director en el rol menor de un camarero, el filme no tuvo éxito y quizá no lo merecía. La mano maestra de Chaplin conservaba cierta elegancia, pero el tema era trivial y el estilo claramente anacrónico. El anciano creador debió de advertirlo, porque no volvió a insistir.

    Charles Chaplin vivió todavía una década en su refugio de Vevey, rodeado de sus hijos y acompañado por la leal Oona. En 1972 aceptó un breve retorno triunfal a Hollywood, para recibir un Oscar por la totalidad de su obra. En 1976 Richard Patterson rodó The Gentleman Tramp (El vagabundo caballero), inspirada en su autobiografía, que incluía escenas familiares en Vevey filmadas por el director de la fotografía, el español Néstor Almendros. Otro español, el cineasta Carlos Saura, se casó con Geraldine, la hija de Oona más consecuente con el oficio de su padre. Éste murió a los ochenta y ocho años, el día de Navidad de 1977. Dejaba un total de 79 películas filmadas en más de cincuenta años de actividad como actor y director. En la casi totalidad de ellas fue también autor del guión, y del diálogo y la música en las sonoras. Además de las ya mencionadas, cabe agregar Carmen (1916), según la novela de Merimée; The Vagabond (El vagabundo), 1916; A Day’s Pleasure (Un día de juerga), 1919; Pay Day (Día de paga), 1922, y The Pilgrim (El peregrino), 1923, entre las más apreciadas por la crítica y celebradas por el público.

    Tomado de: Biografiasyvidas.com

  • Biografía: Sor Juana Inés de la Cruz

    Biografía: Sor Juana Inés de la Cruz

    Juana Inés de Asbaje y Ramírez; San Miguel de Nepantla, actual México, el 12 de noviembre de 1651 – Murió en Ciudad de México, el 17 de abril de 1695.

    Fue la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII. Niña prodigio, aprendió a leer y escribir a los tres años, y a los ocho escribió su primera loa. Admirada por su talento y precocidad, a los catorce fue dama de honor de Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo. Apadrinada por los marqueses de Mancera, brilló en la corte virreinal de Nueva España por su erudición y habilidad versificadora.

    Pese a la fama de que gozaba, en 1667 ingresó en un convento de las carmelitas descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente. Dada su escasa vocación religiosa, parece que sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: «Vivir sola… no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros», escribió.

    Su celda se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos de Sigüenza y Góngora, pariente y admirador del poeta cordobés, cuya obra introdujo en el virreinato, y también del nuevo virrey, Tomás Antonio de la Cerda, marqués de la Laguna, y de su esposa, Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, con quien le unió una profunda amistad.

    En su celda también llevó a cabo experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca, compuso obras musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la poesía y el teatro, en los que se aprecia la influencia de Góngora y Calderón, hasta opúsculos filosóficos y estudios musicales.

    Carta atenagórica de Sor Juana Inés de la CruzPerdida gran parte de esta obra, entre los escritos en prosa que se han conservado cabe señalar la carta Respuesta a sor Filotea de la Cruz, seudónimo de Manuel Fernández de la Cruz, obispo de Puebla. En 1690, éste había hecho publicar la Carta atenagórica, en la que sor Juana hacía una dura crítica al «sermón del Mandato» del jesuita portugués Antonio Vieira sobre las «finezas de Cristo», acompañada de una «Carta de sor Filotea de la Cruz», en la que, aun reconociendo el talento de la autora, le recomendaba que se dedicara a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, que a la reflexión teológica, ejercicio reservado a los hombres.

    A pesar de la contundencia de su respuesta, en la que daba cuenta de su vida y reivindicaba el derecho de las mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento «no sólo les es lícito, sino muy provechoso», la crítica del obispo la afectó profundamente, tanto, que poco después sor Juana Inés de la Cruz vendió su biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se consagró por completo a la vida Sor Juana Inés de la Cruz religiosa.

    Murió mientras ayudaba a sus compañeras enfermas durante la epidemia de cólera que asoló México en el año 1695.

    La poesía del Barroco alcanzó con ella su momento culminante, y al mismo tiempo introdujo elementos analíticos y reflexivos que anticipaban a los poetas de la Ilustración del siglo XVIII.

    Sus obras completas se publicaron en España en tres volúmenes: Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, sor Juana Inés de la Cruz (1689), Segundo volumen de las obras de sor Juana Inés de la Cruz (1692) y Fama y obras póstumas del Fénix de México (1700).

    La obra de Sor Juana Inés de la Cruz

    Aunque su obra parece inscribirse dentro del culteranismo de inspiración gongorina y del conceptismo, tendencias características del barroco, el ingenio y originalidad de Sor Juana Inés de la Cruz la han colocado por encima de cualquier escuela o corriente particular. Ya desde la infancia demostró gran sensibilidad artística y una infatigable sed de conocimientos que, con el tiempo, la llevaron a emprender una aventura intelectual y artística a través de disciplinas tales como la teología, la filosofía, la astronomía, la pintura, las humanidades y, por supuesto, la literatura, que la convertirían en una de las personalidades más complejas y singulares de las letras hispanoamericanas.

    En la poesía de sor Juana hay numerosas y elocuentes composiciones profanas (redondillas, endechas, liras y sonetos), entre las que destacan las de tema amoroso, como los sonetos que comienzan con “Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba…” y “Detente, sombra de mi bien esquivo…”. También abunda en ella la temática mística, en la que una fervorosa espiritualidad se combina con la hondura de su pensamiento, tal como sucede en el caso de “A la asunción”, delicada pieza lírica en honor a la Virgen María.

    Mención aparte merece Primero sueño, poema de casi mil versos escritos a la manera gongorina en el que sor Juana describe, de forma simbólica, el impulso del conocimiento humano que rebasa las barreras físicas y temporales para convertirse en un ejercicio de puro y libre goce intelectual. El trabajo poético de la monja se completa con varios hermosos villancicos que en su época gozaron de mucha popularidad.

    En el terreno de la dramaturgia escribió dieciocho loas, dos sainetes (la comedia de capa y espada Los empeños de una casa y el juguete mitológico-galante Amor es más laberinto), un sarao o fin de fiesta, así como tres autos sacramentales: El divino Narciso, San Hermenegildo y El cetro de San José. Aunque la influencia de Calderón resulta evidente en muchos de estos trabajos, la claridad y belleza del desarrollo posee un acento muy personal.

    La prosa de la autora es menos abundante, pero de pareja brillantez. Esta parte de su obra se encuentra formada por textos devotos como la célebre Carta athenagórica (1690), y sobre todo por la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), escrita para contestar a la exhortación que le hiciera firmando con ese seudónimo el obispo de Puebla para que frenara su desarrollo intelectual. Esta última constituye una fuente de primera mano que permite conocer no sólo detalles interesantes sobre su vida, sino que también revela aspectos de su perfil psicológico. En ese texto hay mucha información relacionada con su capacidad intelectual y con lo que el filósofo Ramón Xirau llamó su “excepcionalísima apetencia de saber”, aspecto que la llevó a interesarse también por la ciencia, como lo prueba el hecho de que en su celda, junto con sus libros e instrumentos musicales, había también mapas y aparatos científicos.

    Redondillas

    Sor Juana Inés de la Cruz

    Hombres necios que acusáis
    a la mujer sin razón,
    sin ver que sois la ocasión
    de lo mismo que culpáis:

    si con ansia sin igual
    solicitáis su desdén,
    ¿por qué queréis que obren bien
    si la incitáis al mal?

    Cambatís su resistencia
    y luego, con gravedad,
    decís que fue liviandad
    lo que hizo la diligencia.

    Parecer quiere el denuedo
    de vuestro parecer loco
    el niño que pone el coco
    y luego le tiene miedo.

    Queréis, con presunción necia,
    hallar a la que buscáis,
    para pretendida, Thais,
    y en la posesión, Lucrecia.

    ¿Qué humor puede ser más raro
    que el que, falto de consejo,
    él mismo empaña el espejo,
    y siente que no esté claro?

    Con el favor y desdén
    tenéis condición igual,
    quejándoos, si os tratan mal,
    burlándoos, si os quieren bien.

    Siempre tan necios andáis
    que, con desigual nivel,
    a una culpáis por cruel
    y a otra por fácil culpáis.

    ¿Pues como ha de estar templada
    la que vuestro amor pretende,
    si la que es ingrata, ofende,
    y la que es fácil, enfada?

    Mas, entre el enfado y pena
    que vuestro gusto refiere,
    bien haya la que no os quiere
    y quejaos en hora buena.

    Dan vuestras amantes penas
    a sus libertades alas,
    y después de hacerlas malas
    las queréis hallar muy buenas.

    ¿Cuál mayor culpa ha tenido
    en una pasión errada:
    la que cae de rogada,
    o el que ruega de caído?

    ¿O cuál es más de culpar,
    aunque cualquiera mal haga:
    la que peca por la paga,
    o el que paga por pecar?

    Pues ¿para qué os espantáis
    de la culpa que tenéis?
    Queredlas cual las hacéis
    o hacedlas cual las buscáis.

    Dejad de solicitar,
    y después, con más razón,
    acusaréis la afición
    de la que os fuere a rogar.

    Bien con muchas armas fundo
    que lidia vuestra arrogancia,
    pues en promesa e instancia
    juntáis diablo, carne y mundo.

    Cronología Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana Siglo de Oro México

    1651 Juana de Asbaje y Ramírez, nacida en San Miguel Nepantla, México, Noviembre 12.

    1654 Aprende a leer por una “amiga” de Amecameca.

    1658 Compone una loa al Santísimo Sacramento.

    1660 Se va a vivir con su abuelo en la Ciudad de México.

    1662 Entra en la corte de la esposa del Virrey, La Marquesa de Mancera.

    1667 Entra como postulante en el convento de las Carmelitas descalzas de San José el 14 de Agosto. Deja el convento después de tres meses, el 18 de Noviembre.

    1669 Entra en el Convento de la orden de San Jerónimo el 21 de Febrero, permanece en el convento hasta su muerte. Escribe su testamento. Su madre le da una esclava, Juana de San José, para que la sirva.

    1680 Escribe Neptuno alegórico en honor del Virrey, Tomás de la Cerda, Marqués de La Laguna. Probablemente la fecha en que escribió “Hombres necios que acusáis”…

    1681 Fecha probable de que escribió “Autodefensa espiritual,” también conocido como “Carta de Monterrey.”

    1683 Escribe la obra de Teatro Los empeños de una casa (The Trials of a Noble House.)

    1684 Sor Juana vende su esclava a su hermana, Josefa María.

    1688 Isabel Ramírez, la madre de Sor Juana, muere.

    1689 La obra de Teatro Amor es más laberinto (Love the Greater Labyrinth), se representa en el palacio. Inundación castálida es publicada en Madrid.

    1690 LA Carta atenagórica (The Athenagoric Letter), publicada por el Obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz. En ésta carta, Sor Juana critica el sermón de 1650, del famoso Jesuita portugués Antonio de Vieyra. El divino Narciso (The Divine Narcisus), una obra de Teatro Sacramental e publicada en México. Crisis de 1690, termina relaciones con su confesor, Núñez de Miranda.

    1691 Escribe Respuesta a sor Filotea, tres meses antes de la publicación de Carta atenagórica. La respuesta es publicada postumamente. Publicada en Puebla, Los Villancicos a Santa Catarina de Alejandría, compuestos para la Catedral de Antequera en Oaxaca.

    1692 Primera edición del Volumen II de sus obras (Sevilla), Segundo volumen. Incluye: El sueño, publicado por primera vez; El cetro de José, El mártir del Sacramento, San Hermenegildo, and El Divino Narciso; Los empeños de una casa and Amor es más laberinto; Crisis sobre un sermón (Carta atenagórica).

    1692-1694 Sor Juana se confiesa con Pedro de Arellano y Sosa, el hijo espiiritual del Jesuita, Antonio Núñez de Miranda.

    1693 Pens Petición que en forma causídica presenta al Tribunal DivinoŠ” sin fecha, pero su biógrafo, Diego Calleja, la fecha en 1693.

    1694 Escribe Profesión de Fé y la firma con su propia sangre (La protesta que rubrica con su sangre) el 5 de Marzo. Sor Juana regresa a la guía espiritual de Núñez de Miranda hasta su muerte, 2 meses antes de la muerte de Sor Juana . Docta explicación del Misterios

    1695 Sor Juana muere el 17 de Abril.

    1700 Primera edición del Volumen III de sus obras (Madrid), Fama y obras póstumas, con aprobación del Jesuita Diego Calleja. El cual incluye la “Respuesta a Sor Filotea” (The Reply to Sor Filotea), publicada por primera vez.

    1713 Primer retrato, pintado después de su muerte por Juan de Miranda para el Convento de San Jerónimo.

    1861 El convento de San Jerónimo cierra sus puertas.


    Atenagórica:”digna de la sabiduría de Atenea”.


    Tomado de: biografiasyvidas.com y yoyita.com